La Biblia dice en Esdras 9:1
“Cuando aquello se terminó, los jefes se acercaron a mí para decirme: Los israelitas, incluidos los sacerdotes y los levitas, no se han mantenido apartados de la gente del país, es decir, de los cananeos, hititas, ferezeos, jebuseos, amonitas, moabitas, egipcios y amorreos, a pesar de sus odiosas costumbres paganas.”
La idolatría en los pueblos cananeos era perversa y abiertamente inhumana, contraria al sentido común e inmora,l por lo que Dios se disgustó bastante con su pueblo cuando se involucró con los ídolos y deidades opuestas a la santidad y reverencia que Dios merecía, pero sobre todo porque al adorarlas perdían no solo su identidad de pueblo del Señor, sino de su propia persona.
Entre los cananitas encontramos horribles dioses como Moloc, que para adorarlo se debían sacrificar a los hijos en un horrendo horno de fuego que se disponía en sus manos de piedra del ídolo. También estaba Pehor que en algunas ocasiones se le llama Camos, dios que exigía a sus adoradores participar en orgías.
Y así encontramos a Baal y Astarot. Los fenicios adoraba a Astarte a quien llamaban la reina del cielo, que ostentaba por corona una media luna. Los filiisteos adoraban a Dagón un ídolo mitad hombre y mitad pez. Rimnón fue una deidad que adoraban los habitantes de Damasco y finalmente Belial que era también un ser despreciable que incitaba a sus adoradores a los peores vicios.
Cuando Esdras regresó a Jerusalén luego del cautiverio en Babilonia fue informado de que los judíos no se habían mantenido apartados de la gente de Canaan, a pesar de que Dios les había indicado que no tuvieran ninguna clase de relación con ellos debido a su profunda vocación idolátrica.
Dios no exageraba cuando pedía a su pueblo que no se entrometiera con las naciones vecinas porque sabía perfectamente el grado de putrefacción moral en la que vivían adorando a dioses que los llevaban a vicios, inmoralidades y hasta la muerte de seres inocentes como los niños.
Es obvio que hoy en pleno siglo XXI ese tipo de idolatría no se practica como en aquellos años, pero los espíritus que incitaban a los pueblos cananeos a esa clase de prácticas siguen engañando a los seres humanos ahora con diferente careta, con otras formas que de igual manera usurpan en lugar de Dios.
Los ídolos modernos son el dinero, el hombre como centro de todo y el placer como fin único en esta vida y a ellos se les entrega todo, la familia, la vida y hasta el último esfuerzo, dejando a Dios fuera de la vida, pensando que así obtendrán la satisfacción que necesita su alma, pero al final de la jornada terminan sin contentamiento como dice Eclesiastés.