La Biblia dice en Isaías 6:9
“Y él me dijo: “Anda y dile a este pueblo lo siguiente: por más que me escuchen no entenderán; por más que miren no comprenderán.”
El capítulo seis de Isaías revela la manera en que el profeta fue llamado por Dios para convertirse en la voz del Señor para el pueblo de Israel. Fue una portentosa manifestación de la gloria de Dios la que vio el vidente y quedó convencido de su misión de vida: la santidad de Dios lo tocó y lo llenó de certeza de su llamado.
No podía de ser de otra manera porque la encomienda que tendría era sumamente desafiante. Predicaría, sí, con unción y demostración del poder de Dios, pero la gente no comprendería lo que oirían. Isaías estaba destinado a hablar a un pueblo que tendría embotado sus sentidos y no podría procesar lo que se les hablaba.
La tarea de este varón de Dios nos lleva a reflexionar sobre nuestra responsabilidad con el mensaje de Dios que tenemos y que Dios nos ha pedido que proclamemos a tiempo y fuera de tiempo. Debemos hablar la palabra de Dios, pero debemos estar conscientes de que nuestros receptores en muchas ocasiones escucharán, pero no entenderán.
Es sumamente interesante notar que estas palabras fue las mismas que Jesús citó durante su ministerio cuando los fariseos, escribas, saduceos, intérpretes de la ley y todos los religiosos de su tiempo no podían comprender sus sencillas, pero profundas enseñanzas comunicadas a través de parábolas.
Sus manifestaciones de poder como sanar enfermos en el día de reposo, como devolver la vista a los ciegos o sanar leprosos, a pesar de que eran evidentes demostraciones del poder de Dios no fueron aceptadas ni entendidas por la clase sacerdotal de su tiempo con todo y que eran sumamente claras.
El ser humano puede rechazar lo evidente cuando de trata de Dios. Lo lógico le puede parecer absurdo, pero lo más dramático ocurre cuando frente a sus ojos se planta una verdad irrefutable sobre la divinidad y la rechaza o le parece indigna de aceptar y no solo se vuelve contra ella, sino aún la objeta con toda clase de argumentos necios.
Isaías fue enviado a predicar a personas que no entenderían. Una misión sumamente difícil, pero que se tenía que hacer porque ningún ser humano podrá decir jamás que no se le habló sobre el amor del Señor hacia su persona o que no se le advirtió sobre el juicio divino sobre quienes rechazaron el mensaje de salvación.
Nos queda claro que solo será el Espíritu Santo el que hará que las personas salgan de esta triste condición de necedad espiritual.