La Biblia dice en 1º libro de Samuel 25:9

“¿Acaso voy a tomar la comida y la bebida y la carne que he preparado para mis trasquiladores, y voy a dárselas a gente que no sé ni de dónde es?”.

La historia de Nabal, un hombre inmensamente rico, pero también profundamente avaro, es la vida de quien la avaricia lo empujó a la ingratitud y el amor a sus bienes finalmente le quitó la vida al no poder compartir no todas sus posesiones, sino un poco de ellas con un hombre que le había brindado protección a sus trabajadores.

El libro de Samuel nos relata cómo este varón casado con una mujer muy inteligente y hermosa llamada Abigail no solo no quiso ayudar a David, sino que fue sumamente duro y grosero con él cuando un grupo de sus hombres se presentó ante él para pedirle unas cuantas ovejas a quien tenía miles de ellas.

El rey David estaba en el desierto y había ayudado a los pastores de Nabal ante los peligros de merodeadores y ladrones para que su patrimonio no sufriera perdida. Llegado el momento David le pidió ayuda para todos los que con él estaban, pero por respuesta tuvo las palabras que encontramos en este verso.

David pudo haber tomado lo que quería y Nabal y sus empleados no hubieran podido hacer nada. Pero el rey tuvo la delicadeza de pedirle a este hombre su auxilio en momentos de gran apuración que estaba viviendo, pero no le quiso dar nada y además lo insultó y ofendió por haberse atrevido a pedirle algo.

La tragedia de este hombre ocurrió porque teniendo todo para dar al necesitado cerró su corazón y sólo pensó en él. No quiso recompensar a quien le ayudó porque consideró innecesario aportar a alguien que no era de su familia, no trabaja para él y sobre todo que era un proscrito del rey Saúl.

Su actitud nos alerta a todos sobre la necesidad de aprender a apreciar a quienes nos ayudan y poder hacer por ellos, no de lo que no tenemos, porque evidentemente si no tenemos qué podemos dar, pero de lo que Dios nos ha provisto seamos generosos siempre que al final de cuentas Dios siempre recompensa a quienes hacen por los demás.

La historia de Nabal tuvo un final muy triste porque al cabo de unos días de su osadía de negar ayuda a quien le había apoyado murió repentinamente y todos sus bienes se quedaron en esta tierra como testimonio de que por más que acumulemos en esta vida, cuando salgamos de ella nada nos llevaremos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

Deja tu comentario