Pablo dedica tres capítulos completos de la carta más doctrinal de las trece cartas que escribió en el Nuevo Testamento para hablarnos de Israel, su nación y el pueblo que a lo largo de la historia ha estado presente en todos los grandes imperios antiguos y modernos que han existido.

Ni es casualidad, ni mucho menos ocioso que el prolífico escritor dedique una importante porción de esa importante epístola donde discurre sobre temas fundamentales de la cristiandad como la salvación por fe, la elección, la predestinación, la santificación y otro asuntos torales para los creyentes del primer siglo y de todos los tiempos.

Por lo que podemos leer en los tres capítulos con ochenta y nueve versículos, los discípulos de la iglesia de Roma tenían grandes dudas sobre la relación que guardaba Israel con la iglesia. Una duda que permanece y que muchas veces no se logra disipar y hace que se cometan demasiados errores en la interpretación bíblica.

Un estudio sobre estos tres capítulos nos permitirán entender el papel del pueblo de Israel frente a la iglesia. Jamás ha sido la intención del Señor que ambos se contrapunten y mucho menos que se enfrenten. No ha sido nunca la intención. Hay un plan especial para cada uno de ellos y es necesario entenderlo para no caer en herejías que dañen nuestra fe.

Justamente la intención de Pablo al escribir estos capítulos en la carta a los Romanos es dilucidar para aclarar, precisar y sostener una equilibrada visión sobre lo que representa Israel para Dios en estos tiempos de salvación de los gentiles a fin de tener una sana y adecuada relación con ellos.

A lo largo de la historia hemos visto con profunda tristeza el trato que se le ha dado a esta nación. De hecho casi en toda la historia del cristianismo por dos mil años ellos estuvieron fuera de su patria. Regresaron apenas hace unos setenta años y en esos dos milenios sufrieron toda clase de vejación, muchas veces alentada por la iglesia católica.

Los libros de historia tiene registro de la grave y terrible acusación que pesó sobre ellos en el tiempo del oscurantismo cuando se les acusó de ser los “asesinos de Cristo”, lo que valió que fueran no solo despreciados, sino perseguidos y despojados tanto de su identidad como de sus bienes materiales.

La historia registra puntualmente como la Sagrada Congregación del Santo Oficio, conocida popularmente como la Santa Inquisición los maltrató llamándolos “marranos” en España y obligándolos a abjurar de su fe hebrea para asimilarlos como creyentes católicos so pena de ser torturados por herejes, enviándolos al infierno y despojándolos de sus bienes.

En la Reforma Protestante, el propio Martín Lutero con todo y su liberación de la Escritura para poner accesible a todos, escribió un durísimo libro llamado “Sobre los judíos y sus mentiras”.

Evidentemente Lutero siguió con el pensamiento católico sobre los israelitas que prefiguró el antisemitismo que unos siglos después encontró eco y resonancia en otro alemán llamado Adolf Hitler que consagró su vida única y exclusivamente a eliminar a los judíos de forma masiva llegando a matar a seis millones de judíos en las cámaras de gas.

¿Lutero no entendió completamente Romanos? ¿Prevaleció el dogma por encima de una correcta interpretación escritural? ¿Decidió seguir con el pensamiento que prevalecía en sus días? ¿Ignoró o no quiso compenetrarse en Romanos capítulos nueve al once, que son claros sobre la situación actual de los judíos?

Nunca sabremos a ciencia cierta qué pasó por la mente de este fenomenal estudioso de la revelación divina, pero por sus escritos en contra de ellos podemos sostener que pudo más la dogmática heredada de la orden de los agustinos y la creencia popular que los hebreos eran los responsables de todos los males de la Europa del siglo XVI.

Sin la misma intensidad, pero si con cierta influencia de ese pensamiento, la iglesia y los creyentes no logran bien a bien entender cuál es el rol de Israel en estos días. Hace setenta años era fácil decir que habían salido del plan de Dios, pero con su retorno a su tierra en 1948 este pensamiento se hace insostenible.

De allí la relevancia de retomar lo que el apóstol Pablo escribió hace dos mil años para tener un referente correcto de lo que representa Israel para Dios y lo que representa la iglesia para el Señor. De esta comprensión podremos ubicar correctamente el lugar que tienen ambos en el plan divino.

En las siguientes semanas nos adentraremos al pensamiento del apóstol de los gentiles, quien por cierto nunca se avergonzó ni de Cristo ni de ser judío. En sus cartas encontramos una y otra vez su “orgullo” por ser hebreo de hebreos, de la tribu de Benjamín y por ser miembro de los fariseos, una de las confesiones religiosas más recalcitrantes de su tiempo.

Al hacerlo comprenderemos que de ningún modo alentó y ni siquiera insinuó o promovió enfrentamiento alguno entre la iglesia y los judíos, al contrario conminó a los cristianos a ser cuidadosos porque ellos, o sea nosotros, fuimos injertados en el olivo natural, que para ello fue deshojado y debemos ser humildes y no altivos frente a ellos.

Pablo tenía claro que el hecho de que ellos no habían creído en Cristo no significaba para nada que habían desaparecido del plan de Dios, al contrario su endurecimiento, había servido para permitir el ingreso pleno y en multitudes de los gentiles que antes de Cristo no tuvieron, ni tenían oportunidad de conformar el pueblo de Dios.

Israel: La bondad y severidad de Dios

En estos pasajes encontraremos muchos ejemplos de la severidad de Dios: Faraón, Esaú y el propio Israel, así como los gentiles.

Pero también encontraremos ejemplos de su bondad: Jacob, la iglesia y de nueva cuenta al propio Israel.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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