La Biblia dice en Deuteronomio 25:11
“Después harás fiesta por todos los bienes que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a tu familia. También se unirán a tu alegría los levitas y extranjeros que vivan entre ustedes.”
La llegada de los primeros frutos de la labor agrícola de los hebreos tenía que ser celebrada. Dios les ordenó que al momento de presentarse las primicias de sus cosechas debían reunirlas y llevarlas al templo de Jerusalén y posteriormente llevar a cabo una celebración para festejar la provisión del Señor a sus vidas.
La aparición de los primeros frutos era motivo de gratitud a Dios, pero también era una muy buena oportunidad para hacer una convivio familiar o social por la bendición de cosechar el fruto de la tierra, sin embargo también era un excelente oportunidad para aprender a compartir con los demás, particularmente en este caso con los levitas y con los extranjeros.
Tanto los levitas como los extranjeros tenían una característica común: ambos no tenían tierras en Israel. Los levitas por decisión divina habían sido privados de este beneficio y los extranjeros por su condición de extraños en esa tierra carecían de propiedades y en ambos casos nunca podrían celebrar la fiesta de los primeros frutos.
Por esa razón, los hebreos que tenían sus parcelas para sembrar debían de hacer una celebración e invitarlos a fin de que pudieran ellos también disfrutar la bendición de ver la tierra producir.
Esta es una forma que nos muestra la intención de Dios y su deseo ferviente de enseñarnos a compartir con aquellos que carecen de bienes, no por su propia decisión sino por su condición material. Es una forma de extenderles la mano y hacerlos partícipes de la bendición de Dios.
De esa forma, el Creador trató de evitar la avaricia de su pueblo. Es interesante notar que compartir con levitas y extranjeros era independientemente de la ofrenda que ya se había llevado al templo. Se trataba más bien de una celebración a la que habrían de llegar como invitados.
También de esa manera Dios les quiso y nos quiere enseñar el valor de compartir con alegría, no a la fuerza, no obligados, sino con una celebración por lo que Dios nos ha dado y ha llenado nuestro corazón. Se trata de tener presente que todo lo hemos recibido de Dios, que es de su mano donde obtenemos todo.
Es una forma de tener presente de quien nos viene todo lo bueno en esta vida.