La Biblia dice en Malaquías 4:6
“Y el hará que padres e hijos se reconcilien. De lo contrario vendré y castigaré su país, destruyéndolo por completo.”
Este es el último verso del Antiguo Testamento. Después de esta palabra pasaron cuatrocientos años de silencio hasta que apareció Juan el Bautista, el profeta que cerró para siempre el canon de profetas que fueron enviados a Israel para llamar al arrepentimiento a la nación hebrea.
El llamado de Malaquías, cuyo nombre significa mensajero, era para que las familias judías se reconciliaran. Es evidente que el varón de Dios observó la disolución social entre los israelitas y Dios le dio este mensaje para que los hebreos se ocuparan en recomponer cada uno de sus hogares.
Es obvio que lo que sucede en la sociedad es la sumatoria de lo que sucede en cada hogar de cada nación. Si en un casa se fomenta el respeto, la responsabilidad, la solidaridad, la empatía y la bondad de esa misma manera la sociedad reaccionara en la vida pública de cada país.
Pero si en cada hogar se practica la violencia, se miente, se roba y se engaña lo que sucederá fuera de allí será exactamente lo mismo. Los ciudadanos de ese pueblo serán violentos, robarán, maltratarán y serán apáticos con los necesitados y menesterosos y, por supuesto, no practicarán la bondad.
En este escenario lo que ha de ocurrir es la disolución social y a la postre la destrucción de la sociedad porque las personas se verán como enemigas, la gente no podrá apreciar la vida y se dedicará a vivir buscando su bien y placer pasando por encima de quien sea con tal de llegar a cumplir sus deseos.
El Antiguo Testamento concluye con una promesa. Dios habría de enviar a los judíos a un Elías que haría que el corazón de los padres se volviera hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres para vivir en armonía. La armonía en el hogar es fundamental y nace con padres e hijos viviendo en paz.
Juan el Bautista fue el Elías que vino a los judíos como precursor de Cristo. Jesús es nuestra paz, solo un corazón transformado puede vivir en paz consigo mismo y con quienes le rodean. Sólo él puede hacer que nuestro corazón perdone para vivir en tranquilidad y nuestros hijos y nuestros padres son los primeros sujetos de la compasión cristiana.
La armonía se construye con el perdón. Se edifica con la compasión para llevar una vida hogareña sin sobresaltos y con mucha calma.