La Biblia dice en Números 16:3
“Todos ellos se reunieron, se enfrentaron con Moisés y Aarón, y les dijeron: ¡Basta ya de privilegios! Todo el pueblo ha sido consagrado por Dios, y el Señor está con todos nosotros. ¿Por qué se levantan ustedes como autoridad suprema sobre el pueblo del Señor?”
La historia de Coré, un levita descendiente de Aarón, es sumamente triste y aleccionadora a la hora de revisar la actitud que asumimos ante la autoridad. El tema de la autoridad es vasto en la Biblia. El orden divino tiene como ingrediente conocer y reconocer a nuestros superiores jerarquícos.
Dios es la autoridad suprema, luego delegó su supremacía a los gobiernos, también nuestros padres tienen autoridad sobre nosotros y luego las mujeres tienen como mando a sus esposos cuando están casadas. De esa forma se matiene el equilibro porque cuando se rompe o destruye el principio de autoridad el caos y desorden es brutal.
El libro de Números nos relata cómo Coré se rebeló a la autoridad espiritual de Moisés. Y en su rebelión arrastró a familias de la tribu de Rubén, que eran sus vecinos en el asentamiento de las doce tribus en el desierto, quienes se sumaron en un motín contra el líder hebreo y su hermano Aarón. Su rebelión no tenía nada de espiritual. Le interesaban los privilegios más que las responsabilidades.
La actitud de este hombre fue de rebeldía, irrespetuosa y de gran molestia porque a su juicio los hermanos Aarón y Moisés se habían autonombrado como líderes del pueblo de Israel. Ignoraba que Moisés ni siquiera quería liderear a esa nación cuando Dios lo llamó en el monte Horeb, pero Coré asumía que Moisés y su hermano se apropiaron de su pueblo.
Dios, entonces, tuvo que tomar cartas en el asunto, sí por Moisés y Aarón, pero particular y básicamente porque era peligrosísimo lo que Coré estaba intentando: minar la autoridad no de Moisés, sino de Dios mismo que fuen quien puso en esa posición a los dos hijos de Jocabed y Amram. Y los puso por el puro afecto de su voluntad.
La sujeción que se hacía a Moisés en realidad era sujeción a Dios. Pero Coré miró muy humanamente esta verdad. Él pensó, como muchos piensan, que la autoridad espiritual es una decisión humana, cuando en realidad el Señor mismo es quien pone a cada líder en el lugar que él desea, aun contra la voluntad de ellos mismos.
La lección de Coré es sencilla: respete a su autoridad espiritual. Que si hace bien o hace mal será Dios quien lo juzgue. Coré nunca se enteró que Dios no dejó entrar a Moisés a la tierra prometida como sanción por haber golpeado la roca para sacar agua. A nosotros nos corresponde sujetarnos y Dios se encargará de definir si la autoridad fue indigna de esa responsabilidad otorgada.