La Biblia dice en Esdras 1:3

“Así que, a cualquiera de ustedes que pertenezca al pueblo del Señor, que Dios lo ayude, y vaya a Jerusalén, que está en Judá, a construir el templo del Señor, el Dios de Israel, que es el Dios que habita en Jerusalén.”

El rey Ciro promulgó un edicto que sorprendió a los judíos exiliados en Babilonia: podían regresar a Jerusalén para reconstruir su ciudad y el templo que fue destruido por Nabucodonosor setenta años antes, sin otro requisito que el de pertenecer a la nación hebrea y tener la voluntad y el deseo de hacerlo.

Comenzaba así su anhelada repatriación a la tierra de la que fueron expulsados por la obstinación de sus padres que violentaron los mandamientos del Señor y que lloraron su ausencia de la tierra que Dios les había dado por el pacto hecho con Abraham, pero que ellos habían descuidado.

La autorización del monarca resalta justamente esa relación inquebrantable entre Israel y el Señor de los ejércitos. La indivisible comunión no solo entre el Creador y su nación, pero también la indeclinable simbiosis entre Israel y Jerusalén. Dios, Israel y Jerusalén nunca podrán estar separados.

Ciro los estaba regresando a su patria con un objetivo central: reconstruir la tierra de sus antepasados, pero con la ayuda de Dios. Algo que no debemos perder de vista. Su regreso estaba marcado porque Dios los estaba ayudando. No era su fuerza, su poder o su capacidad, sino el apoyo divino.

Dios siempre nos ayuda y en ocasiones no alcanzamos a mirar su mano de poder sustentándonos, pero siempre nos auxilia, en el caso de los hebreos que regresaban del cautiverio babilónico esa realidad era palpable. Dios los estaba sacando de su exilio y los devolvía a su tierra.

La ayuda de Dios es fundamental para todos nosotros. Nada, absolutamente nada, podemos hacer si Dios no nos ayuda. Si Dios no existiende su mano de misericordia sobre nosotros poco o nada podremos hacer a favor de nosotros mismos o de nuestros semejantes necesitados.

El rey resaltó esta verdad, una verdad que no debemos olvidar nunca. Somos seres necesitados, muy necesitados, de la ayuda del Señor por nuestra humana debilidad, porque nos enfrentamos cotidianamente con circunstancias que superan en mucho nuestras capacidades o habilidades.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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