La Biblia dice en Hechos 9:16

“Yo le mostraré lo mucho que tiene que sufrir por mi causa.”

Ananías, un creyente en Cristo Jesús que vivía en Damasco fue el encargado de orar por el apóstol Pablo que había quedado ciego luego de caer al piso iluminado por una intensa luz en lo que representó la conversión de Saulo de Tarso, fue el primero en enterarse del llamado que Dios había puesto en ese varón que perseguía feroz y brutalmente cristianos.

Pablo sería el encargado de llevar el mensaje de Cristo a los cientos de miles de gentiles que poblaban el imperio romano y llegaría a testificar ante gobernantes y poderosos, pero sobre su vida habría una marca que de la que no podría deshacerse: sufriría mucho por causa de Cristo Jesús.

Y así fue por décadas en la vida de Pablo. El libro de Hecho, escrito por Lucas, amigo, confidente y compañero del apóstol da cuenta de todos sus padecimientos en todos los sentidos: perseguido por sus compatriotas, odiado por los romanos, malquerido por los gentiles y con padecimientos físicos que lo lastimaban brutalmente.

Pero así quiso el Señor hacer de este hombre que en medio de tantas dificultades, angustias, desesperación, ansiedad, temores, difamaciones y menosprecio nos legó trece cartas que son base y fundamento del cristianismo para recordarnos que la vida cristiana sí es gozo y alegría por la salvación, pero también es aflicción por vivir piadosamente.

Cuando Ananías supo que Pablo sufriría mucho se estremeció y entendió que los caminos del Señor son así: elige a algunos para padecer intensamente con la única, pero inmensa garantía de acompañarlos en medio del dolor que viene por ser testigos de su gracia y perdón, pero también anunciar sus juicios y castigos.

No nos debe, entonces, sorprender que a nuestra vida llegue la tribulación porque forma parte de los instrumentos que Dios se vale para hacernos más dependientes de él, porque solo de esa forma nosotros podemos ver su rostro de compasión. No nos debe desalentar el hecho de vivir constantemente perseguidos porque forma parte de los planes divinos.

Pablo no sufrió, sino sufrió mucho. Pero siempre encontró en Cristo refugio. Cuando todos los dejaron en su última audiencia antes de ser condenado a morir decapitado, dijo seguro y convencido: El Señor estuvo a mi lado. Y así fue toda su vida, padeció, lloró, se sintió lastimado, pero siempre tuvo como aliado al Señor cerca, junto a él para sostenerlo.

Por la causa de Cristo se sufre, se padece, pero eso no debe amedrentarnos, nuestro Maestro sufrió mucho más por nosotros y mantuvo siempre el talante de compasión y bondad hasta el final.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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