La Biblia dice en 2ª Corintios 1:9
“Nos sentíamos como condenados a muerte. Pero esto sirvió para enseñarnos a no confiar en nosotros mismos, sino en Dios que resucita muertos.”
Pablo era un campeón en sufrimientos. Padeció de toda clase de males: fue perseguido, expulsado de ciudades, azotado por sus compatriotas, fue acusado injustamente por predicar el evangelio, vivió en pobreza, en ocasiones no tuvo de comer y vivió al filo de la navaja en algunas ciudades romanas donde lo quería matar.
A pesar de ello, no perdió el talante y nunca dejó de aprender porque mantuvo intacto su deseo de conocer más y más a Cristo, de tal manera que en sus cartas nos reitera una y otra vez su determinación de parecerse cada vez más a Cristo llegando a ser semejante a él en su muerte.
Cuando le escribe a los hermanos de la iglesia de Corintio les testifica lo que sucedió o pensó cuando estaba en Éfeso, que fue desde donde escribió la segunda epístola dirigida a esta congregación, para hacerles ver lo intenso de sus dificultades que vivió por anunciar las buenas nuevas en la ciudad guardiana de la diosa Diana.
Pablo tuvo un fructífero ministerio en esa ciudad, pero ante el crecimiento de la iglesia, un grupo de artesanos que fabricaba imágenes de Diana y su templo vieron amenazada su actividad y organizaron una violenta manifestación que puso en grave peligro la vida del apóstol y sus colaboradores. Literalmente la ciudad se volcó contra ellos.
Pablo se sintió como sentenciado a muerte, una expresión de una fuerte connotación porque entre los romanos un condenado a muerte padecía mucho antes de morir. El solo hecho de saber que sería torturado hacía de sus días previos a la ejecución un verdadero martirio silencioso y lento. Así se sentía Pablo en Éfeso.
Pero esa situación, explica Pablo, la vivió por confiar en sí mismo. Pablo pensó que por sí mismo podía resolver la situación que vivía en Éfeso, pero cuando se dio cuenta que no pudo hacer nada, sufrió mucho más. Y entonces dedujo que si hubiera confiado en Cristo, sus emociones hubieran sido diferentes. No se hubiera sentido tan abrumado.
Pablo nos enseña que los complejos problemas de la vida, aquellos que nos ponen contra la pared, aquellos que nos roban el aliento, aquellos que nos arrebatan la tranquilidad y la paz se enfrentan confiando en Dios que tiene la capacidad de resucitar muertos.
Es posible que no dejen de existir nuestros males, pero asiéndonos a la verdad infalible del poder de Dios, nos podemos sostener. Pero pensar que los podemos resolver por nosotros mismos invariablemente nos postrarán y nos pondrán en un estado mental de ansiedad y desesperación, como los sentenciados a muerte.