La Biblia dice en Lamentaciones 1:1

“¡Cuán solitaria ha quedado la ciudad antes llena de gente! ¡Tiene apariencia de viuda, la ciudad capital de los pueblos! ¡Sometida está a trabajos forzados la princesa de los reinos!”.

Jeremías tuvo el gran tino de plasmar por escrito la destrucción de Jerusalén a manos de Nabucodonosor. De esa forma tenemos de primera mano lo acontecido hace ya unos dieciséis siglos con la capital del reino judío que padeció a manos del imperio babilónico de tal suerte que miles de judíos fueron exiliados.

El profeta comienza el libro de Lamentaciones describiendo la triste condición en la que quedó su tierra. Jerusalén quedó sola. Nadie pudo hacer algo por ella. El pecado alcanzó ta dimensión en esta tierra que al Señor no le quedó más remedio que intervenir directamente sobre ella.

El pecado hace a los seres inmensamente solitarios. Pueden estar entre mucha gente, como Jerusalén que tenía vecinos cercanos, pero estaba totalmente sola. Esa condición la hizo ver como una viuda que ha perdido a su esposo y está condenada a vivir sin su compañero de vida y, en aquellos año,s a vivir maldecida.

De ser una populosa ciudad que sorprendió a quienes llegaban a visitarla como la reina de Saba que visitó a Salomón en su esplendoroso gobierno, estaba en ruinas ahora, su templo destruido y sus habitantes lejos, muy lejos, de su patria en una nación pagana que los había sometido violentamente.

No era ese su destino, pero la maldad en la que se consumió la dejó en esa triste condición que la volvió irreconocible a los ojos de quienes la vieron gloriosa, majestuosa y poderosa. De eso no quedaba nada. Ahora se consumía en la desolación y el desamparo sin que nadie pudiera salir en su auxilio.

Jeremías hizo esta descripción para mostrar el nivel de destrucción que puede tener una persona, sociedad o ciudad cuando conociendo al Señor se aleja de su verdad y se entrega a vivir para sí. El destino de quienes ofenden a Dios, quienes desafían su santidad y se rebelan abiertamente a sus preceptos es solo uno: la derrota y vergüenza.

Jerusalén pasó de ser una ciudad populosa, llena de alegría a ser un lugar que espantaba por su destrucción y sus ruinas. Jeremías lloró como se llora por quien de estar en un lugar de privilegio cae tan bajo que está irreconocible y nos dejó ese libro para recordarnos que vivir apartados de Dios nunca traerá nada bueno.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

Deja tu comentario