La Biblia dice en Lucas 7:23
“¡Y dichoso aquel que no pierda su confianza en mí!”.
Esta fue la afirmación que Jesús le hizo a los seguidores de Juan el Bautista que llegaron con una pregunta de su maestro que interrogaba si Jesús era el esperado o debía aguardar la llegada del verdadero Mesías, una duda nacida de un hombre encarcelado, privado de su libertad, algo que le resultó incomprensible pues el Ungido era un libertador.
El problema de Juan el Bautista radicó esencialmente en que sus expectativas no se cumplieron tal y como él pensaba que debían cumplirse. Escogido desde el vientre de su madre, llevado al desierto a vivir una vida casi monacal, entregado a la oración, ayuno y meditación, fue el encargado de bautizar a Cristo y anunciar que era el Cordero.
El Bautista como muchos de sus contemporáneos había delineado lo que habría de acontecer cuando apareciera el Cristo: tomaría el reino terrenal y establecería o reestablecería el reino davídico, derrotaría a sus enemigos, en este caso a los romanos, y los judíos vivirían libres de cualquier opresión, pero no sucedió así. Al contrario él estaba preso.
Y no ocurrió así porque Jesús venía al mundo a establecer un reino espiritual antes que material. Por supuesto que el Hijo de David habrá de establecer su reino en la tierra, pero eso sucederá cuando vuelva por segunda ocasión, pero eso no lo supo Juan y su corazón se llenó de incertidumbre.
La crítica situación que estaba viviendo en la prisión ordenada por Herodes por denunciar su inmoralidad lo llevó a perder su confianza y no es para menos. Un hombre que vivió libre y conoció al Cordero de Dios estaba en un gran dilema, como todos nosotros cuando a nuestra vida llegan situaciones que resultan a todas luces ilógicas.
Cuando se presentan circunstancias que parecen salidas de una película de terror o cuando nos suceden cosas que ni a los paganos les ocurren con todo y vivir en santidad, entonces llega la duda que no es otra cosa que falta de confianza y seguridad en Dios y es ese momento en que necesitamos aferrarnos a la palabra de Dios.
Cuando Jesús supo lo que le sucedía a su pariente, lanzó una bienaventuranza que es para todos: No perder la confianza. Mantenernos firmes en medio del vendaval que se levanta cuando el sufrimiento llega a nuestra vida, cuando el dolor por perder algo o a alguien es intenso. Juan había perdido su libertad.
Jesús nos pide a todos mantener la fe, la seguridad, la certeza, la confianza, sabiendo que él siempre está en control de todas las cosas.