La Biblia dice en Deuteronomio 26:19

“Él va a hacer de ti una nación superior en gloria, fama y honor a las demás naciones que hizo, y serás, como él lo ha dicho, un pueblo consagrado al Señor tu Dios.”

La elección de Abraham para fundar la nación hebrea fue un acto nacido exclusivamente en la soberanía de Dios. No hubo otra razón para que de ese patriarca y sus hijos Isaac y Jacob se formará un pueblo que desde entonces ha existido en esta tierra con el mismo nombre y en mismo lugar donde Dios le indicó que vivirían los descendientes del padre Abraham.

A Moisés, el insigne legislador israelita, Dios le reveló que ese pueblo tendría gloria, fama y honor, lo que ha sucedido a lo largo de los siglos de las más diversas formas, pero particularmente por el hecho de haber custodiado por siglos la revelación divina a través de sus escribas y copistas que protegieron aun con su vida los manuscritos sagrados.

Ningún otro pueblo de la tierra puede alardear de ser un pueblo escogido por Dios. Ninguna nación puede reclamar que su historia y su destino es dirigido directamente por Dios. Israel es un país singular, único por la ferocidad con la que lo han atacado y aun atacan, pero sigue en pie luego de guerras, persecuciones e, incluso, intentos de aniquilación.

Sí, Israel tiene gloria, fama y honor, pero debemos comprender que la razón por la que el Señor determinó para su pueblo estas virtudes fue su consagración o entrega a Dios. La naturaleza del pueblo de Israel es simplemente el reflejo de haber sido apartados por Dios. En realidad de no ser por esto serían como cualquira de las naciones del orbe.

La elección de Dios hace la diferencia siempre. Moisés pudo haber sido uno más en la corte de faraón, pero a Dios le plació elegirlo para liberar a su pueblo. Pero el ejemplo más contundente de esta verdad la encontramos en el patriarca Jacob que nació después de su hermano Esaú y el Creador lo eligió a él para conformar al pueblo judío.

Se trata, entonces, de un acto soberano el que hace la diferencia en nuestra vida. Fue la elección de Cristo para nuestras vidas la que hace diferente nuestra existencia entre las demás personas que no lo conocen. Disfrutamos de promesas y bendiciones gracias a esa decisión de elegirnos.

Somos, como dice Pedro, su pueblo porque también a cada uno de nosotros nos escogió para llevar su gloria, fama y honor a fin de que su nombre y solo su nombre sea glorificado. Su gracia infinita nos ha dado mucho más de lo que merecemos y eso hace la gran distición con quienes se rehusan a creer en su nombre.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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