La Biblia dice en Job 21:34

“¿Cómo, pues, me consoláis en vano, viniendo a parar vuestras respuestas en falacia?

Consolar es un arte. No cualquiera puede tener esa capacidad. Se requiere mucho tacto, una gran sensibilidad y un poderoso manejo del lenguaje, no solo el verbal, pero sobre todo el no verbal para llevar aliento, esperanza, ánimo y deseos de seguir adelante en la vida al que sufre.

De lo contrario, si no se tienen esas características lo único que hablaremos ante las personas que padecen serán falacias, perfidias, intrigas y deslealtades que los herirán grandemente y que profundizarán aún más el dolor que están padeciendo por haber perdido un ser querido, atravesar una enfermedad o vivir una difícil situación.

Eso fue lo que sucedió con los amigos de Job. En particular de Zofar que es a quien Job dirige estas palabras de reclamo por hablar palabras ciertas, pero equivocadas. Sus expresiones eran verdades, pero simplemente ni aplicaban a la vida del patriarca, ni correspondían a la realidad.

Ese amigo del doliente varón de Dios le había dicho que sufría porque todos los malvados sufren. Eso es cierto, pero Job le respondió con otra verdad: los malignos no siempre sufren, en ocasiones disfrutan la vida, ven a sus hijos y a los hijos de sus hijos sin padecer ninguna clase de tribulación, e incluso retan al Señor.

En consecuencia se equivocaba grandemente al colocar a Job entre los malvados y por eso el personaje principal de ese libro le reclama por la clase de consejos y consuelo que le estaban llevando ya no solo Zofar, sino también Bildad y Eifaz, quienes no acertaban a entender lo que estaba viviendo su amigo.

Estos tres personajes habían llegado a consolar, animar, confortar, tranquilizar, atenuar y aliviar el terrible sufrimiento que estaba padeciendo su amigo, pero se habían equivocado una y otra vez, porque aconsejar a una persona que sufre demanda algo más que conclusiones simples.

Se trata de uno de las acciones más delicadas que una persona puede asumir y para ello se requiere algo más que solo palabras. Se necesita un empatía gigantesca. Se necesita una paciencia también infinita para escuchar una y otra vez, tal vez las mismas palabras, sin fastidiarse ni enojarse.

Y en muchas ocasiones solo se necesita escuchar a quien sufre penosamente y evitar tratar de teorizar sobre lo que está viviendo. De esa manera podremos prestarle una gran ayuda y no convertirnos en consoladores vanos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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