La Biblia dice en Mateo 28:17

“Y cuando vieron a Jesús, lo adoraron, aunque algunos dudaban.”

Así resume Mateo el reencuentro entre Jesús y sus discípulos luego de la resurrección. Frente a sus ojos estaba Jesús que unos días antes había sido crucificado y declarado muerto por las autoridades romanas y certificado por los gobernantes judíos que incluso, le pidieron a Pilato una guardia para resguardar el cuerpo de Jesús a fin de que no lo robaran.

La crucifixión del Señor fue tan brutal, tan impactante y tan estremecedora para todos ellos que cuando lo volvieron a ver les costó muchísimo trabajo aceptar que estaban ante su Maestro y si bien lo adoraron reconociendo ya de manera indubitable su naturaleza divina, tuvieron serias dudas.

La duda siempre ha sido y será la gran adversaria de la fe. La confianza tiene en la incertidumbre una gran enemiga porque se empeña en hacernos creer que lo que tenemos ante nosotros no puede ser posible, que una obra portentosa como la resurrección no podía ocurrir.

Los apóstoles padecieron lo que muchos de nosotros padecemos y vivimos cotidianamente: no podemos dejar de ver la gran dimensión de nuestro problema. Nos resistimos a pensar que Dios puede superar la dificultad, creemos que una circunstancia adversa ha llegado para instalarse para siempre. Eso hace la duda.

Nos atosiga, nos nubla la vista espiritual, nos acongoja gritándonos y nos sepulta con sus falsas afirmaciones de que nuestras penurias no tienen solución, que no hay posiblidad de que las circunstancias se modifiquen y nos aterra haciéndonos creer que todo acabará tal y como está ahora.

Dudar es el mejor dardo que el enemigo tiene para paralizarnos, para dejar de confiar en Dios, para asumir que el estado de cosas no mutarán y que viviremos siempre postrados con el dolor de saber que Dios no puede ni hará nada por nosotros, cuando en realidad todo eso es mentira porque el Señor no deja de posar sus ojos sobre nosotros.

Por eso ante esa condición muy humana, Jesús se acercó a ellos y les dijo algo que no debemos olvidar nunca: todo autoridad me ha sido dada. Jesús tiene la autoridad, el poder y el dominio para cambiar lo que tenga que cambiar y a nosotros solo nos toca confiar en ese poder.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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