La Biblia dice en 2ª Timoteo 1:5
“Porque me acuerdo de la fe sincera que tienes. Primero la tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y estoy seguro de que también tú la tienes.”
Timoteo vivió en un hogar con un padre griego –cuyo nombre no se revela en la Escritura– y su madre llamada Eunice, que aunque judía, poseía un nombre eminentemente griego EuNike –que significa Aquella que alcanza la victoria–. La madre y abuela de este hombre eran hebreas helenistas como se les conocía a los judíos griegos, quienes no vivían en Israel.
Lucas al presentar a los padres de Timoteo dice con toda claridad en Hechos dieciséis que su madre era judía, pero su padre griego lo que marca una diferencia racial total entre ambos consortes. Su madre fue, entonces, quien se encargó de su formación hebrea partiendo de la Escritura. Su abuela también. Pero abordaremos el tema de la mamá.
La madre constituye en la cultura judía el pilar sobre el que descansa la familia. El padre tiene sus responsabilidades y las debe cumplir, cuando está, que son tanto materiales, como proveer lo necesario para el sustento, y espirituales como dirigir las ceremonias familiares como el shabat y fiestas sagradas como pascua, tabernáculos, etecétera.
Pero a falta del padre, la madre queda a cargo y eso fue lo que sucedió con Eunice y Timoteo. Ella se echó al hombro la formación de su hijo. Ella se encargó de conducir la vida espiritual de su vástago y le enseñó no solo los mandamientos de Dios, pero sobre todo a vivir una fe personal con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Fue un ejemplo para su hijo. Él vio como ella confiaba en Dios y aprendió.
Fue tan entregada su labor que Pablo reconoce la fe que tenía tanto Eunice como la abuela Loida, una fe genuina, no impostada, ni falsa. Legó a su hijo una fe sincera, que es la más valiosa de las herencias que una madre puede dejar a sus hijos. Pablo no tenía duda de que Timoteo tenía esa clase de fe que se mantenía sin cambio cuando venían las dificultades.
Las madres tienen esa facultad y capacidad: entregar a sus hijos confianza, certeza y seguridad en Dios. No importa lo que materiamente haga falta, tampoco es determinante que el padre no esté. Una madre puede moldear a su hijo de acuerdo a lo que desee formar en él. Eunice quiso que Timoteo fuera un hombre de fe y lo logró con creces porque fue una fe que nació del amor incomparable de una mamá por su hijo.
El ejemplo de Eunice y Timoteo nos ayudan grandamente a recordar que una madre no solo engendra físicamente a sus descendientes, pero también puede engendrar hombres de fe, siendo ejemplo de lucha y sobre todo colocando a Dios como la fuente inagotable de todo bien. Timoteo recibió de su madre una fe sincera, sin hipocresía, que le valió ser el colaborador más entrañable del apóstol Pablo.