La Biblia dice en Job 41:1

“¿Sacarás tú al leviatán con anzuelo, o con cuerdas que le eches en su lengua?”.

El leviatán es un animal marino que algunos asocian a las ballenas y los cachalotes, pero que otros piensan que es un ser mitológico creado por los hombres para designar a una bestia marina agresiva y destructiva a la que los marineros no solo le tenían respeto, sino un pavor inimaginable.

En libro de Job encontramos mencionado antes del leviatán al behemot que la mayoría de los comentaristas apuntan a que se trata del hipopótamo un formidable cuadrúpedo que llega a pesar una tonelada y media y que por ese hecho se convierte en un ser muy peligroso para el hombre.

Por esa mención muchos se inclina a pensar que el Señor está preguntando a Job por el cachalote que al igual que el behemot es una bestia muy pesada, que según los estudiosos puede llegar a comer una tonelada de calamar para sostener su peso que puede alcanzar las cinco toneladas.

El común denominador del leviatán y el behemot es justamente su peso descomunal y la incapacidad humana para domarlo, controlarlo y domesticarlo. El leviatán viven en su estado natural desde su creación y ningún ser humano puede si quiera sacarlo de allí y hacerlo habitar en un lugar diferente.

Cuando Dios le pregunta a Job sobre que puede hacer frente a este animal, lo está llevando a considerar no solo las grandes limitaciones humanas, sino particularmente la incapacidad de los seres humanos de explicar muchos de los fenómenos que se suscitan en la creación con seres de colosales dimensiones.

¿De qué tamaño ha de ser la fuerza de Dios que creo un animal de estas dimensiones? ¿Qué quiso revelarnos o mostrarnos al depositarlo en el mar?

La fuerza brutal de estos seres marinos nos recuerda que somos inmensamente débiles y el Señor tiene una gran fuerza. Cómo, entonces, incriminarlo o reclamarle lo que hace o dice. Somos tan vanos que no podemos si quiera domar o controlar el poder del leviatán que es ridículo tratar de enfrentar a Dios.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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