La Biblia dice en Marcos 1:7
“En su proclamación decía: Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias.”
La predicación de Juan el Bautista era completamente cristocéntrica. Él sabía perfectamente su papel en el plan de la redención. Su poderoso mensaje y su austera vida llamaron la atención de mucha gente que algunos pensaron que era el Mesías, pero Juan no dudó en ningún momento de su función y se presentó simple y sencillamente como un siervo.
Hijo de Elisabet y Zacarías, el Bautista nos enseña con toda claridad que el mensajero es eso, un instrumento, ni es el mensaje, ni tampoco es el centro de atención y todo debe apuntar al Señor Jesús, quien debe llevarse en todo momento el honor y toda la gloria, sin menoscabo alguno de su grandeza.
Juan reconoció que Jesús era más poderoso que él. Los que lo oían pensaban que la fuerza de su mensaje, la vehemencia de su proclamación y la vigorosa fuerza con la que enseñaba no podría ser superada, pero él aclaró que detrá de él aparecería un ser tan poderoso que él sería indigno, incluso, de siquiera desatarle la correa de sus sandalias.
Ante Jesús, Juan se sentía poco menos que nada. Se sentía inmerecedor si quiera de hacer el más humilde de los servicios que un esclavo podía hacer a su amo. Juan tenía muy entendida su condición, con todo y tener muchos seguidores y discípulos su ministerio era únicamente ser el heraldo del Rey.
Su actitud nos muestra y enseña que ante la grandeza del Hijo de Dios somos nada, que frente al Creador del universo somos inmerecedores de tanta gracia y de esa manera dejar la altivez, la soberbia y la arrogancia por la labor que Dios nos ha permitido hacer en la iglesia o en su obra.
En el reino de los cielos no hay consentidos, no hay grandes, no hay famosos, no hay ministerios poderosos, lo único que hay son hombres y mujeres indignos siquiera de agacharse para desatar el calzado del Señor por su inmensa grandeza, por su inmenso poder y sobre todo por su incomparable gloria.
En tiempos en los que algunos mensajeros creen que son más importantes que el mensaje o aún que su Señor, conviene recordar que el más grande de los profetas que vino a este mundo se sintió indigno y sin ningún merecimiento para servir al Señor de señores y Rey de reyes.