La Biblia dice en Lucas 4: 28

“Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira.” 

Sin ser su intención Jesús desató ira, enojo, fastidio, irritación, molestia y enfado entre los fariseos, escribas, saduceos, sacerdotes e integrantes del sanedrín judío no solo por lo que decía, sino también por lo que hacía, particularmente cuando sanaba en días de reposo o perdonaba pecados, un atributo que según sus opositores era exclusivo de Dios. 

Lucas nos retrata lo ocurrido cuando luego de permanecer un tiempo predicando en Capernaum regresó a Nazaret que fue su tierra de infancia. Entró en la sinagoga y leyó el sefer (rollo) del profeta Isaías para hacerles ver que el anuncio del año agradable del Señor, con todas sus consecuencias se había cumplido ante sus ojos por su presencia de él.

Pero ellos no lo creyeron, ni lo aceptaron de tal forma que Jesús les dijo solo dos verdades sobre su actitud de rechazo. La primera fue que a Elías, un profeta también perseguido, salvó a una gentil de morir de hambre en un ciudad llamada Sarepta de Sidón. Y el segundo fue sobre Eliseo que fue usado para que Dios sanara de lepra a Naamán, un general sirio. 

En otras palabras les dijo que dos gentiles fueron bendecidos por Dios mientras que muchos hambrientos y leprosos en Israel no fueron asistidos por la dureza de su corazón, lo que ellos comprendieron perfectamente ya que se enojaron de tal forma que quisieron matarlo despeñándolo desde la cumbre del monte donde estaba la ciudad de Nazaret. 

Jesús se enfrentó a la ira de sus compatriotas porque no soportaban la verdad que salía de sus labios, con lo que nos queda claro que si el propio autor y consumador del evangelio sufrió esa clase de ataques que podemos esperar nosotros de la gente que escucha las buenas nuevas y se conocen la verdad de su conducta. 

La gente enojada suele hacer locuras. Las personas que se llenan de ira generalmente dicen y hacen barbaridades, pero me llama mucho la atención en el relato que Lucas hace de esta actitud de los habitantes de Nazaret por lo que Jesús hace con ellos. “Pasó por en medio de ellos y se fue”, dice el evangelista. 

Ni siquiera les hizo caso. Los dejó con su irritación solos. Lo que nos demuestra que la ira de los incrédulos se debe quedar entre ellos. Para que contestarles. No tiene sentido. No cambiarán de actitud. Jesús nos dejó un ejemplo de que al decir la verdad muchas personas se molestarán, pero también no enseñó a no hacer caso de la molestia de ellos. 

La palabra de Dios es siempre recibida con júbilo, pero también es rechazada con enojo. Nosotros disfrutamos cuando la gente la recibe con alegría, pero debemos saber que algunos se enojarán con el mensaje de la verdad. Ante ellos lo mejor que queda hacer es ignorarlos, como Cristo hizo. 

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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