La Biblia dice en Marcos 2:8
“Pero Jesús enseguida se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les preguntó: ¿Por qué piensan ustedes así?”.
El grado de maestro de la ley en Israel no se obtenía por decreto, tampoco por simpatías o por el solo hecho de cursar algunas materias de la Torá hebrea. De ningún modo. Era el resultado de años de estudio que comenzaban en la infancia y luego se consolidaban en la juventud y vida adulta.
Los maestros de la ley con los que Jesús se confrontó no eran personas carentes de formación teológica mosaica. Muchos de ellos eran verdaderos eruditos, como Pablo que sin haber alcanzado el grado de maestro de la ley era una fariseo de fariseos como él mismo se definió en la carta a los Filipenses.
A ellos Jesús les lanzó esta interrogante cuando pensaron en su corazón la razón por la que Jesús se abrogaba el derecho de perdonar pecados, un prerrogativa exclusiva de Dios. Para ellos Jesús era un simple mortal y no podía, ni debía justificar o exonerar culpas a los hombres que eran igual que él. Su lógica era bastante aceptable, pero equivocada.
Jesús sabía perfectamente como ellos que solo Dios era quien redimía culpas. Nadie más. Luego entonces si él asumía esa facultad, entonces estaban ante un ser divino, estaban ante la misma presencia de Dios y su razón automáticamente les impidió aceptar esa inquietante verdad. La lógica suele jugarnos esas limitaciones. Salir de lo lógico para muchos es absurdo.
Era absurdo pensar que ese desconocido maestro, como le llamaban a Jesús, pudiera ser algo más que eso. Su figura sencilla no correspondía con la concepción que ellos tenían de Dios y por eso la dificultad de aceptarlo. La fe generalmente nos arroja a despojarnos de nuestras construcciones lógicas, razones y cálculos para solo confiar en Dios.
La pregunta ¿por qué piensan ustedes así?, no podría ser más que pertinente. Los maestros de la ley debían estar un poco más abiertos a las verdades divinas, debían razonar menos y creer más, pero les resultó imposible aceptar en esos términos la divinidad de Jesús y por eso tuvo que llevarlo a otra pregunta: ¿Qué es más fácil decir tus pecados te son perdonados o levántate, toma tu lecho y anda?
Y enseguida sanó al paralítico para comprobar que efectivamente, los maestros de la ley estaban ante el hijo de Dios, el Mesías y Dios mismo porque tenía la capacidad de perdonar pecados. Su lógica, quedó claro, no sirvió para absolutamente nada. Jesús podía perdonar pecados porque nada era imposible para él.