La Biblia dice en Lucas 24:5

“Llenas de miedo, se inclinaron hasta el suelo; pero aquellos hombres les dijeron: ¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo?”

El misterio de la muerte Jesús lo reveló a la humanidad. Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque este muerto vivirá, les dijo a sus atemorizados seguidores y sentó las bases para que la separación física dejara de ser una tortura para quienes parten y quienes se quedan.

Para ello, personalmente experimentó la muerte. En la cruz romana perdió la vida de manera violenta y, como todos los seres humanos, fue sepultado en un sepulcro que puso a su disposición el acuadalado José de Arimatea y al tercer día María Magdalena y otras mujeres fueron al sepulcro a visitarlo. Sin embargo ya no se encontraba allí.

La pregunta que les hace a sus seguidoras tiene una valiosísima verdad: ¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo? Con esa interrogante les quiso y, nos quiere dejar bien en claro, que a partir de su resurreción los hombres que depositan su fe en su persona no mueren nunca.

Ya se los había dicho cuando los saduceos, corriente religiosa de su tiempo que enseñaba que la resurrección no existía, fueron a probarlos con un hipótesis matrimonial de una mujer que tuvo siete maridos y le cuestionaron: ¿en la resurrección de quien de ellos será marido esta mujer?

A partir de esa interrogante Jesús les enseñó que el estado de los hombres en la resurrección será semejante al de los ángeles, pero también les explicó que la oración que los hebreos hacen cuando rezan: Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, de ninguna manera es un mero formulismo o una repetición vana.

Nada de eso. Al orar así lo que en realidad están haciendo es recordar que Dios es un Dios de vivos no de muertos. Porque los patriarcas físicamente descansa en la cueva de Macpela que Abraham compró, pero ellos siguen vivos para Dios. Humanamente no los podemos ver porque quedaríamos impresionados, pero ellos viven.

La muerte, como escribió Pablo, fue sorbida. No tiene más poder, Cristo la derrotó con su resurrección y por eso el apóstol podía declarar con toda seguridad: para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia porque sabía perfectamente que si bien su cuerpo terminaría en un sepulcro su espíritu partiría de inmediato con Cristo.

Queda claro entonces que si vivimos para el Señor vivimos y que si morimos, para el Señor morimos. Así que sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

Deja tu comentario