La Biblia dice en Hebreos 9:22

“Según la ley, casi todo tiene que ser purificado con sangre; y no hay perdón de pecados si no hay derramamiento de sangre.”

La última plaga en Egipto sería nacional, es decir, afectaría lo mismo a los egipcios como los miles de judíos que allí vivían y Dios le indicó a Moisés que los hebreos debían sacrificar un cordero esa noche y su sangre debía servir para marcar los dinteles de las puertas de sus casas para que el ángel de la muerte pasara por alto y no murieran sus primogénitos.

Las otras nueve plagas fueron directamente contra los habitantes de esa nación, mientras los israelitas eran resguardados por el Señor mismo en Gosén, donde habitaban y veían como Dios juzgaba a un pueblo que los había maltratado al grado de ordenar la muerte de los niños luego de nacer.

Mas tarde cuando ya eran libres, Dios les indicó que la manera de perdonar sus pecados era mediante sacrificios en los que la sangre de bueyes, machos cabríos, ovejas y palomas sería indispensable y les dio indicaciones que encontramos en el libro de Levítico, donde quedaron estipuladas las demandas del Señor ante la maldad, la iniquidad y las transgresiones.

Esa es la idea que el autor de la Carta a los Hebreos tiene en mente cuando dice que “según la ley, casi todo tiene que ser purificado con sangre”. Los libros de Éxodo y Levítico nos enseñan que las demandas ante el pecado eran apaciguadas cuando los pecadores llevaban al tabernáculo y luego templo un sacrificio.

No había posibilidad de perdón si no se derramaba sangre. Y esa es justamente la razón de la muerte de Jesús. Era necesaria, indispensable, inevitable y obligatoria para que la humanidad pudiera alcanzar la salvación. Jesús vertió su sangre en la cruz del calvario para limpiarnos de toda maldad.

Incapaces, insuficientes y sin ninguna posibilidad de relacionarnos con Dios, Jesús llevó el castigo de nuestra paz sobre sus hombros y todos sus padecimientos sirvieron para que cada uno de nosotros pudiera tener una relación duradera con el Creador, luego de vivir lejos, distantes y sin esperanza de relacionarnos con él.

La sangre de Jesús implicó dolor, sufrimiento intenso y una agonía extremadamente dolorosa, pero que cumplió con creces para nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos ser adoptados por el Padre como sus hijos. Su sangre fue nuestro rescate, cuando perdidos ibamos a la condenación eterna.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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