La Biblia dice en Hechos 6: 7

“Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían la fe.”

Este es el verso que antecede al mártirio de Esteban, el diácono que fue elegido para la distribución de los alimentos entre las viudades hebreas y griegas de Jerusalén y que Lucas describe como un varón lleno de fe y del Espíritu Santo. Podemos decir que también era un hombre lleno de la palabra de Dios.

El capítulo siete es un recuento de la historia del pueblo hebreo con pormenores, detalles e interpretaciones que Esteban hizo como defensa ante el sanedrín judío al que lo llevaron acusado falsamente con testigos pagados para mentir acusándolo de blasfemar contra Jerusalén y la ley mosaica.

En aquellos días no había biblias como ahora y lo que el diácono hizo fue recitar de memoria extensos pasajes del Antiguo Testamento para formular su defensa personal, pero sobre todo para presentar la defensa de su fe en Jesucristo con lo que nos queda claro que nuestra fe se basa en todo lo dicho por los profetas del Antiguo Testamento y no debemos ignorarlos.

Dice Lucas que la palabra del Señor crecía y como consecuencia de ese crecimiento en Jerusalén, cuna del judaísmo más radical, las personas se acercaban a la Escritura y hasta personajes que uno jamás pensaría que llegarían al conocimiento de Cristo lo haría. En ese caso los sacerdotes que eran los más celosos guardianes de la ley mosaica.

Pero el desarrollo de la palabra del Señor siempre tiene un sacrificio. Para que crezca la semilla, el grano tiene que morir, solía enseñar Cristo a sus seguidores y en el vida de Esteban, un profundo conocedor de la Escritura esa afirmación fue cumplida con creces, porque merced a su conocimiento de la revelación divina enfureció a sus adversarios.

La palabra de Dios fue tomada por ese varón con toda la sensibilidad que se debe poner en ella. Fue diligente, constante y disciplinado para aprender en tiempos en los que el esfuerzo mental debía ser titánico para retener todas las enseñanzas porque en aquellos tiempos no había ni cuadernos ni lapices para apuntar, mucho menos computadoras.

Nos queda claro, entonces, que la palabra de Dios crecerá en los corazones que la busquen siempre. Que crecerá cuando se plante en “buena tierra”, como en la parábola del sembrador que enseñó Cristo y dará fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno, como resultado de hacer a un lado al maligno, los afanes de este mundo y el miedo a ser perseguido.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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