La Biblia dice en Jeremías 33: 1
“Vino palabra de Jehová a Jeremías la segunda vez, estando él aún preso en el patio de la cárcel…”.
Jeremías fue llamado al ministerio profético a muy corta edad. Era un jovencito cuando el Señor lo llamó a convertirse en su vidente con un mensaje muy duro: Jerusalén iba a ser castigada severamente y el pueblo iba a ser exiliado a la tierra de los babilonios, una nación cruel y despiadada.
Su valiente predicación le valió la persecución y el hostigamiento de los gobernantes de Judá y el encarcelamiento. En una ocasión lo aprisionaron en una letrina por hablar de acuerdo a lo que Dios le decía y disgustaba y desencantaba a la clase política de su tiempo, incluidos sacerdotes y levitas.
Pero Jeremías siguió recibiendo palabra de Dios aún en la cárcel porque las adversidades por llevar el mensaje del Señor al pueblo no lo desalentaron ni desanimaron, al contrario avivaron siempre su deseo de cumplir el llamado que había recibido en su vida y que le había acarreado tantos problemas.
Y justamente en ese lugar recibió uno de los textos que más llenan el corazón de los creyentes de todos los tiempos. En Jeremías 33: 3 encontramos el verso que dice: Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tu no conoces, que ha acompañado la vida cristiana desde hace muchísimo tiempo.
Es obvio y evidente que las situaciones difíciles que llegan a nuestra vida, en las que nos mantenemos fieles como Jeremías, traerán bendición a nuestras vidas, pero indudablemente que bendecirá grandemente la vida de otros no solo de nuestro tiempo, sino aún fuera de nuestro tiempo.
Aprisionado injustamente, privado de su libertad por hacer la voluntad de Dios y sufriendo cada día solo por hacer la voluntad del Señor fueron usados por el Creador para traer a nuestra vida una palabra que nos alienta a clamar en cualquier momento ante Dios, una palabra que tal vez nunca hubiera llegado si el profeta se hubiera revelado a sus dolores.
La palabra que bendice es aquella que primero traspasa nuestro corazón y luego la compartimos. La que se hacer carne en nuestro ser y luego compartimos, así como lo hizo Jeremías, quien nos dejó uno de los versos más citados a la hora de recordar que tenemos que buscar a Dios.