La Biblia dice en Filipenses 4:7
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
El 13 de enero de cada año, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha establecido como la fecha para recordar el día de la lucha contra la depresión un mal extendido en todo el orbe con millones de personas atacadas por esa enfermedad que lo mismo ataca a niños y jóvenes como adultos y ancianos.
La conmemoración se lleva a cabo para recordarnos o para colocar el tema de la salud mental como una necesidad apremiante en todas las sociedades de nuestros tiempos donde la depresión se ha colocado como uno de los males que se expande al parecer sin freno alguno y que como los fuertes vientos sacude y cimbra la vida con pensamientos de tristeza y desesperanza.
La medicina ha establecido a la depresión como sentimientos de tristeza, melancolía, apatía, desesperación, desesperanza entre otros y ha señalado que todos en algún momento podemos tener estos sentimientos alguna vez en nuestra vida, lo que nos debe servir para entender a quienes viven ese tipo de situaciones.
Hace unos dos mil años, el apóstol le escribió una carta a sus amigos para recomendarles un antídoto contra todos aquellos pensamientos que traen a nuestra mente ideas que quieren trastornar nuestra tranquilidad, pero también para enfrentar los eventos que pueden modificar sustancialmente nuestas ideas como la enfermedad, la muerte de un ser querido o la pérdida de un bien material con valor sentimental más que económico.
Les dijo que la paz de Dios es capaz de traer la quietud que necesitamos a la hora de procesar en nuestros corazones las adversidades, infortunios, calamidades o desgracias que llegan a nuestra puerta e ingresan a nuestra vida de manera violenta para instalarse y no quererse ir.
¿Pero, qué es la paz de Dios? Es la tranquilidad, la calma, la bonanza que procede de su presencia donde todo está bajo control, donde todo lo que sucede tiene un propósito y donde su persona cuida y ampara a cada uno de sus hijos. La paz de Dios es un estado que proporciona el Creador a todos quienes en el confían y se ciñen a lo que él ha dicho en su palabra.
La mente del ser humano es un campo de batalla. Allí se libra una cruenta guerra entre la realidad y lo que percibimos de ella. Dejar que en ese lugar gobierne Dios nos ayudará a experimentar la tranquilidad y armonía que resulta de confiar en la soberanía de Dios que todo lo sabe, está en todos lados y tiene todo el poder.