La Biblia dice en Números 6:26
“Que el Señor te mire con amor y te conceda la paz.”
Esta petición forma parte de la oración sacerdotal con la que Aarón y sus descendientes debían de bendecir a los hebreos cada que acudieran a presentar sus sacrificios y ofrendas al tabernáculo y luego al templo y encierra el deseo profundo de una relación afectiva entre Dios y su pueblo.
La mirada de Dios con amor hacia sus hijos era y es una expresión que tiene como significado la benevolencia del Creador hacia el pueblo de Israel. La compasión divina hacia el hombre tiene como manifestación la paz. El Shalom hebreo es más que una ausencia de conflicto o una fuerte perturbación.
La expresión más grande del amor de Dios no es la posesión de grandes bienes materiales, tampoco se trata de alcanzar la cúspide del éxito y parecer inalcanzable y entonces llenarse de reconocimientos y grandes títulos. No. Tampoco tiene que ver con vivir sin falta de placeres en esta vida.
La mejor manera de conocer que la mirada de Dios está puesta en nosotros o que el Señor ha alzado su rostro sobre nosotros, como dice la versión Reina Valera 1960 es que tengamos paz. Ese es el mayor éxito que podemos tener en este mundo lleno de convulsiones, plagado de situaciones que nos alteran día a día.
La paz de Dios es la máxima expresión del amor del Señor hacia sus hijos. No es poca cosa el hecho que el Señor nos obsequie bonanza, calma y tranquilidad para bien vivir. Al contrario es lo mejor que podemos tener porque la paz nos garantiza una vida llena de alegría.
La paz divina nos quita todo afán, nos hace vivir confiados y sobre todo nos hace seres perfectamente ubicados en su realidad. En la paz se construye y la paz en el hogar es el mejor instrumento para formar niños y niñas que luego habrán de alcanzar su metas, pero sobre todo cultivarán también la paz.
En un mundo atiborrado de situaciones que nos aterran, la oración que los sacerdotes judíos vertían sobre el pueblo, nos recuerda que Dios bendice abundantemente con tranquilidad, la tranquilidad que viene de depositar en el Creador todas nuestras preocupaciones sabiendo que él siempre tiene cuidado de nosotros.
Pidamos a Dios que alce su rostro sobre nosotros, que nos mire con amor y traiga paz a nuestras vidas porque al final de cuentas este mundo no puede dárnosla y al contrario está solo puesto para quitárnosla. La presencia del Eterno en nuestra vida será siempre la garantía de nuestra paz.