Hace exactamente quinientos seis años, Martín Lutero comenzó la revolución religiosa más importante en la historia de la iglesia cristiana. Aunque a Oaxaca tardó más de tres siglos en llegar.

La conquista del Nuevo Mundo, hoy América Latina trajo consigo el catolicismo, el catolicismo español que a sangre y fuego impuso entre los conquistados una fe desconocida para ellos.

Lo pueblos indígenas nunca entendieron bien a bien la diferencia entre sus deidades y los santos del catolicismo porque lo que debió ser el anuncio de las buenas nuevas de salvación en realidad representaba el despojo de sus territorios y esclavitud. Los españoles los obligaron a edificar templos y conventos en la ciudad de Oaxaca y en todo el país.

¿Cómo apreciar a un Dios amoroso si creer en él les obligaba a dejarse subyugar por los señores españoles? La religión católica jamás les otorgó dignidad alguna.

Así se vivió en Oaxaca todo el tiempo del virreinato. Se levantaron iglesias y conventos donde el catolicismo impuso una sola visión de Dios, sin posibilidad de apreciar la salvación que Cristo ofrece y sobre todo sin tener acceso a la Biblia, pilar fundamental de la revolución de conciencias, impulsada por Lutero en 1517.

Más tarde, la Independencia no libró a México y Oaxaca del yugo del catolicismo. Hidalgo, Morelos y otros próceres eran sacerdotes católicos que al momento de liberar a México de los españoles expresaron que la nueva nación seguiría siendo un país de católicos. En los Sentimos de la Nación Morelos estableció que la única religión en México era la católica.

Tuvo que llegar Juárez a la presidencia para cambiar ese paradigma y entonces la esencia de la Reforma protestante, que es la Palabra de Dios, arribó a nuestro país, no sin resistencia, no sin ataques, no sin imprecaciones contra el “indio” Juárez, que osó abrir las puertas de México a otras creencias distintas a la tradicional.

Las leyes de Reforma contenían el corazón del protestantismo: las personas deben tener libertad de conciencia para elegir su fe. Entre 1850 y 1860 se abrió un nuevo capítulo para México y para Oaxaca, pero la muerte súbita del presidente Benito Juárez dejó inconclusa su ambicioso proyecto.

Entonces aparecieron Porfirio Díaz y el obispo oaxaqueño Eulogio Gillow (de ascendencia inglesa). Amigos íntimos, según todos los historiadores del Porfiriato.

El prelado de formación jesuita se asentó en Oaxaca y desde aquí dedicó su vida a desmontar las reformas juaristas, su trabajo se centró en recuperar la mayoría de los bienes que las leyes de Reforma le habían quitado a la iglesia católica, todo ello con el apoyo y ayuda de su amigo, Porfirio Díaz, que manejó siempre un doble discurso: Por un lado se decía respetuoso de las reformas juaristas, pero por otro lado de manera subrepticia convivía con la iglesia católica que lo casó en 1881 con Carmen Romero Rubio, ceremonia que fue encabezada por el arzobispo de México, Antonio de Labastida, y claro, contó con la presencia de quién unos años más tarde, sería arzobispo de Oaxaca, Eulogio Gillow.

Gillow se condujo en Oaxaca como un jesuita comprometido con el origen de la orden a la que pertenecía: detener el avance de la Reforma Protestante y para asegurarse de ello, se empeñó en integrar a la forma de gobierno de los municipios, sobre todo indígenas, cargos relacionados con la iglesia católica.

Por eso hoy encontramos cargos como el de sacristán o mayordomo que obligan a las personas a trabajar para la iglesia sea o no católico y desde la autoridad municipal se promueve una fe, que choca cuando alguien abraza una fe distinta a la católica y genera los conflictos de intolerancia que una y otra vez sacuden a Oaxaca.

Muertos Juárez, Díaz y Gillow, a principios del siglo XX comenzó la oleada de confesiones protestantes en México, pero su presencia en Oaxaca siempre ha estado marcada por la violencia. En 1935 en San Jerónimo Tlacochahuaya, azuzados por el sacerdote de la comunidad, los habitantes de ese pueblo asentado en los Valles Centrales, mataron al pastor y cinco miembros de la iglesia bautista.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

Deja tu comentario