La Biblia dice en Proverbios 22:1
Vale más tener buena fama y reputación, que abundancia de oro y plata.
Provengo de una comunidad zapoteca de la sierra norte de Oaxaca llamada Santo Domingo Xagacía. Nací allí hace medio siglo. La vida en las comunidades indígenas es tan distinta a la de las ciudades por muchas razones. La principal es que todos se conocen. La historia de cada familia es literalmente conocida a detalle por todo el pueblo.
Los progenitores les heredan a sus hijos su fama. Buena o mala pasa a ser patrimonio de cada hogar y es conocida por toda la comunidad. En mi pequeño pueblo había, hay, padres que luchan por dejar un legado de honestidad a sus hijos. Por supuesto que también hay personas que no les interesa en absoluto lo que van a dejar como legado familiar.
En esa comunidad como en muchas otras los padres heredan a sus hijos siempre. En ocasiones les dejan como legado terrenos. Pero indudablemente todos sus hijos reciben como herencia la buena o mala fama de los padres. La reputación es un bien que indefectiblemente pasa de padres a hijos. Y en una comunidad indígena es valiosísima.
Su valor es incalculable porque lo hecho por los padres califica de inmediato a los hijos. Les abre las puertas o se las cierra. Genera hacia ellos buenas expectativas o los descalifica de inmediato. Unos padres mentirosos, por ejemplo, provocarán que todo lo que digan sus hijos se tome con recelo o definitivamente no se crea.
Salomón quiere que sus lectores cuiden siempre su honorabilidad. Que procuren por todos los medios evitar escándalos que machen su fama pública. La reputación es algo que se construye con dedicación, disciplina, buen juicio y con esfuerzo. Son años de una conducta intachable lo que hacen confiable a una persona.
Lo hace porque el texto que hoy meditamos dice en una versión lo siguiente: Elige una buena reputación sobre las muchas riquezas; ser tenido en gran estima es mejor que la plata o el oro. La gente nos recordará siempre por lo que hicimos o dejamos de hacer. La buena fama se construye y tiene la fuerza para destruir las habladurías porque Dios la hace brillar.
La riqueza puede comprar muchas cosas, pero jamás podrá comprar una buena reputación. Al final todo se pone en claro y se sabe quien actuó con honorabilidad y quien lo hizo sin ética y responsabilidad. La buena fama traspasa generaciones y es el único legado que les dejamos a nuestros hijos. Cuidémosla.