La Biblia dice en Jeremías 19:10

“Después de decir esto, haz pedazos el cántaro a la vista de los hombres que te acompañan.”

Dios le ordenó a Jeremías que comprara un cántaro, luego que se acompañara tanto de ancianos del pueblo de Israel como de sacerdotes ancianos a un lugar conocido como Tofet, una villa localizada en el valle de Ben-Hinom, cerca de Jerusalén porque allí Dios le daría un mensaje que él debía de comunicar a todo ese pueblo.

El mensaje consistía en anunciarles que Dios había determinado castigar la idolatría y paganismo en el que habían caído los judíos. Sería de tal envergadura la sanción que le dijo que ese valle sería conocido como el Valle de la Matanza porque la violencia que sufrirían sería brutal.

El cántaro que compró Jeremías serviría como señal. Dios le ordenó que lo arrojara al suelo para que se despedazará y quedará inservible e imposible de reparar. De esa manera le dejó en claro a su nación que hay ciertas transgresiones que simple y sencillamente no tienen reparación.

Los israelitas habían llegado al colmo de la paciencia divina porque adoraron dioses que no solo eran inmorales sino crueles como Moloc que exigía a sus adeptos, por medio de sus sacerdotes, sacrificar a los niños en un altar completamente encendido al rojo vivo a donde arrojaban a los pequeños, en una adoración que rondaba en lo satánico.

Para un Dios que ama la vida, un Dios que desea el bien en sus hijos, eso era inadmisible y por es razón les advirtió que su castigo no se tardaba y sería un castigo semejante al de un cántaro que se quiebra y no puede volver a ser utilizado para nada. Ellos sería un cántaro que no habría de servir.

La ilustración con la que Jeremías hizo esta profecía tenía como finalidad dejar bien en claro a los hebreos la manera en la que Dios los iba a sancionar. Tenía como objetivo hacerles notar que su estilo de vida era incompatible con el servicio que Dios demandaba para sí y que en ese sentido su existencia carecía de propósito.

Jeremías cumplió con la orden que Dios le dio y nos mostró que el servicio a Dios requiere entrega incondicional al Creador y al dejar de servirle nuestra vida se quiebra como un cántaro.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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