La Biblia dice en Juan 3:14
“Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del Hombre tiene que ser levantado.”
La historia de la serpiente de bronce es sumamente interesante: el pueblo de Israel se rebeló contra Dios en el desierto, entonces el Señor los castigó enviado miles de serpientes venenosas que los mordían y morían envenenados, y clamaron a Moisés para que los ayudará. Fue colocada en un estandarte elevado para que quien la mirara se salvara.
Esa historia la emplea Jesús para precisar que de esa misma manera él sería levantado, por supuesto que se refería a su cuerpo clavado en la cruz que los romanos levantaban generalmente en colinas y espacios elevados de la geografía de los pueblos conquistados para que todos lo vieran.
El paralelismo que emplea Jesús con ese evento hace suponer a muchos que la serpiente de bronce es un tipo de Cristo. La idea que Cristo planteó fue que al igual que los hebreos en el desierto las personas que miren a la cruz pueden ser salvos, ya no de la mordedura de una víbora, pero si de la serpiente antigua, es decir el maligno.
Cristo es ahora a quien podemos contemplar en la cruz y ser salvados, pero no se trata de una acción estrictamente de nuestro sentido de la vista, sino de una actitud que engloba más que nada el corazón convencido de que su muerte en ese tormento fue por causa de nuestros pecados.
Desde hace dos mil años, Jesús fue levantado en la cruz por nuestras iniquidades y hoy tenemos la posibilidad de levantar nuestra vista hacia el Gólgota y encontrar la redención que trae paz a nuestras almas, tan necesitadas de tranquilidad en tiempos en que la zozobra y la confusión parecen reinar en este mundo.
Jesús le dijo a los hebreos que era necesario que fuera levantado. Esa expresión denota la carencia que teníamos y tenemos los seres humanos de un Salvador, de alguien que diera su vida por cada uno de nosotros, perdidos y extraviados en la maldad de nuestro corazón, que no solo hacía daño a los demás, sino a nosotros mismos.
La serpiente de bronce fue el antídoto que salvó a miles de judíos en el desierto. El único requisito fue que vieran hacia el estandarte donde estaba colgada. De idéntica manera nos salvamos cuando con humildad alzamos nuestros ojos al Cristo sufriente, reconociendo nuestra profunda necesidad de él.