La Biblia dice en Daniel 4:31
“Todavía estaba hablando el rey cuando se oyó una voz del cielo, que decía: ‘oye esto rey Nabucodonosor. Tu reino ya no te pertenece.”
El historiador griego Heródoto visitó Babilonia en la época en que Nabucodonosor era gobernante y quedó impresionado por el trazo de la ciudad, la opulencia de sus palacios y sobre todo por los enormes y gigantescos jardines colgantes que lo deslumbraron de tal forma que la llamó una de las siete maravillas del mundo.
El artífice de toda esa grandeza era justamente el rey Nabucodonosor que la Biblia menciona en el libro de Daniel. Esa es una de las tantas evidencias que la Escritura tiene para hacernos comprender que sus historias no son inventos o relatos traídos de otro planeta. Ocurrieron en tiempos y lugares remotos, como el imperio babilónico.
Los libros de historia marcan claramente que Nabucodonosor edificó Babilonia, en lo que hoy es Irak y que cayó justamente a manos de los medas comandados por Ciro, quien destruyó el imperio y la ciudad. Pero lo que no nos dicen es que fue una determinación divina la que hizo que ese imperio tropezará y desapareciera para siempre.
Dios permitió que Nabucodonosor se levantara con un poderoso imperio. Pero también fue quien decidió cuando poner fin a su gobierno. Cuando Heródoto vio su grandeza jamás se imaginó que ese imperio poderoso caería. De igual forma nos sucede a nosotros en todos los tiempos.
Cuando vemos a un hombre poderoso encumbrarse pensamos que será para siempre, creemos que nada lo derrumbará sobre todo cuando esta clase de personajes hacen alarde de su grandeza y poder asediando o desafiando poderes terrenales y aplastando a sus opositores.
El poder que detentan los gobernantes es delegado por Dios por el tiempo que el Creador considera que habrán de cumplir con sus propósitos, una vez que lo han hecho entonces se les retira y concluye su existencia separados del resto de los mortales y muchas veces condenados tal vez no por un tribunal, pero si por el juicio de su pueblo.
Dios le dio a Nabucodonosor el poder y él mismo se lo quitó. Detestamos cuando vemos que un tirano tiene poder y celebramos cuando se le quita. La lección mas bien es de paciencia y calma porque tarde o temprano el Señor actuará contra esta clase de déspotas que dañan a sus gobernados. Él siempre es soberano.