La Biblia dice en Marcos 6:6
“Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él.”
Los habitantes de Nazaret no pudieron dejar de ver a Jesús solo como un ser humano. Haberlo visto crecer, conocer a sus padres y saber quiénes eran sus hermanos y hermanas provocó en ello una incredulidad que impresionó grandemente a Jesús debido a que el corazón de ellos se cerró absolutamente como cuando cae una pesada losa sobre el delicado cristal.
Ellos tenían muchas preguntas sobre la sabiduría de Jesús, sobre sus grandes milagros, sobre su familia y ellos mismos las contestaron. Y las contestaron mal porque supusieron que no podía ser otra cosa que un maestro con ciertas capacidades, pero nada más y se dejaron llevar por lo que su engañosa mente les dictó.
Marcos nos muestra que a Jesús lo podemos sorprender cuando nuestra incredulidad nos hace dudar de su persona y su capacidad para obrar portentos, maravillas y señales. A sus paisanos les costó mucho trabajo aceptar que estaban ante el Hijo de Dios, el Mesías prometido a los hebreos.
No tuvieron el cuidado de indagar un poco más sobre su persona, se quedaron con la idea de que era un simple carpintero, oficio que en aquellos años, se consideraba inferior frente a los acaudalados fariseos integrantes del sanedrín que exhibían sus fortunas para ingresar a ese selecto grupo.
En cambio él no tenía mayores pretensiones, excepto anunciar el mensaje de salvación y redención para todos los hombres, pero esos hombre no pudieron conocerlo y menos reconocerlo, algo que no ha cambiado nada en estos tiempos donde hay muchas personas que aceptan a Jesús como un maestro, un iniciado, le dicen algunos, pero no como Dios.
Jesús se sigue sorprendiendo de esa clase de personas que anteponiendo cualquier clase de argumento humano se resisten a darle el lugar que él merece, a admitir que su sencillez de ningún modo significa que no sea Dios, sino al contrario nos muestra que para salvarnos se hizo como uno de nosotros.
Es triste no creer en Jesús porque no habrá milagros en nuestras vidas, como no los hubo en Nazaret, donde Jesús hizo muy pocas señales, debido precisamente a su falta de fe y a su galopante incredulidad.