La Biblia dice en Isaías 40:17

“Todas las naciones no son nada en su presencia; para él no tienen absolutamente ningún valor.”

En el capítulo cuarenta el profeta Isaías ánima a su pueblo a confiar y consolarse en el poder supremo del Señor en un momento en que imperios como Asiria y Babilonia se yerguen imponentes, invencibles y al parecer inamovibles y que son crules y violentos con los judíos del tiempo del vidente.

Ante naciones fuertes y poderosas, siempre existe la tendencia a verlas como imbatibles, pero ante el Señor son como escribió Isaías nada y sin valor alguno y la historia de la humanidad así lo ha demostrado una y otra vez, no solo con los grandes imperios de la antigüedad, sino aún en tiempos modernos.

Al pensar no solo en Asiria, Babilonia, Medo-persia, Grecia y la propia Roma, uno no puede dejar de pensar que en su momento fueron naciones encumbradas, dominantes y extremadamente poderosas, pero todas ellas cayeron, se desmoronaron y hoy solo existen en los libros de historia.

En los tiempos modernos podemos decir lo mismo de naciones como Alemania que alcanzó un poder infinito en tiempos de Adolfo Hitler que estuvo a nada de conseguir su ambicioso plan de dominar Europa y de igual forma podemos hablar de Rusia que en 1989 concluyó su hegemonía socialista.

Sin embargo en el tiempo de grandeza de estos imperios y gobiernos nadie se imaginaba que algún día dejarían de existir, pero sucumbieron y quedaron solo para la historia y por eso las palabras de Isaías son tan exactas y fieles que uno no puede más que reconocer que la soberanía de Dios se levanta por encima de todo, por más poderoso que parezca.

Isaías quería que el pueblo del Señor descansará en esta verdad: ninguna nación por más poder que acumule en este mudo podrá ganarle al Señor. En otras palabras nada creado podrá más que el Creador y aunque parezca invencible Dios lo puede derrotar sin el mayor esfuerzo.

Nos toca a nosotros también descansar en esta verdad: nuestro buen Dios no tiene adversario que pueda contra él. Nuestro Dios es victorioso y su victoria es nuestro triunfo en este mundo, sin importar el tamaño o grandeza de nuestros adversarios porque el Señor camina con nosotros.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

Deja tu comentario