La Biblia dice en Isaías 5:4
“¿Había algo más que hacerle a mi viñedo? ¿Hay algo que yo no le haya hecho? Yo esperaba que diera uvas dulces, ¿por qué, entonces, dio uvas agrias?”
El profeta Isaías ilustra vívidamente el grave estado de descomposición que le tocó presenciar entre sus compatriotas y lo hace recurriendo al ejemplo de una viña y para hacerlo mucho mejor lo hace como si se estuviera cantando o entonando un canto para mostrar el aprecio y amor que el dueño de la viña le tenía a su plantación.
Y vaya que le dedicó lo mejor: escogió el más delicado terreno para plantarla en una fértil colina y por si no fuera suficiente eso cavó, quitó piedras y se dio a la tarea de escoger las mejores cepas de uvas que había en Israel, todo ello para obtener uvas de la mejor calidad, pero cuando obtuvo la primera cosecha recogió solo uvas agrias o amargas, inservibles.
La parábola o ejemplo del profeta presenta claramente la triste y lamentable condición del pueblo de Israel que fue arrancado de Egipto donde vivía en servidumbre y luego lo llevó a la tierra prometida y lo introdujo con brazo fuerte, pero una vez instalado allí se olvidó de su Dios y se dio a la injustica, la idolatría y la rebeldía.
La historia que usa Isaías es en verdad conmovedora porque nos muestra claramente cómo Dios hace lo mejor por cada uno de nosotros, porque descubrimos a un Dios esmerado por entregarnos su esfuerzo y en lugar de ser recíprocos con él, le correspondemos con una vida inservible.
Dios esperaba que su pueblo tuviera la delicadeza o el cuidado de retribuirle su esfuerzo, de recompensar el trabajo hecho por ellos, como el dueño de esa viña que se desvivió por buscar el mejor lugar para plantarla, las mejores cepas para obtener uvas de calidad, pero en lugar de ello las uvas le salieron ácidas.
Desde el punto de vista meramente humano una persona que no valora lo que se ha hecho por ella es despreciable porque carece de gratitud. El trabajo que otros han hecho por nuestro bienestar debe ser recompensado. Aunque no lo exijan, por una cuestión de estricta humanidad debemos ser acomedidos con quien nos han tendido la mano.
En el caso de los creyentes en Cristo Jesús, hemos recibido lo más valioso que puede haber en este mundo: la salvación de nuestras almas y para ello hemos sido comprados por precio, no cualquier precio, sino la sangre preciosa de Cristo que no tiene valor, que fue vertida por cada uno de nosotros en la cruz y por ese solo hecho somos grandes deudores.
No seamos como esa viña que cuidada con esmero cuando se buscó fruto en ella lo único que se encontró fueron uvas amargas.