La Biblia dice en Proverbios 5:12
“¡Y dirás como pude despreciar la corrección! ¡Cómo pude rechazar las reprensiones!”
El libro de los Proverbios está incluido en la Escritura para entrenarnos en la compleja virtud de hacer uso del sentido común, de apreciar los beneficios de la sabiduría, entendida ésta como la capacidad de saber distinguir los beneficios y perjuicios que nos traerá determinada actitud ante una situación dada en la vida.
Indudablemente todos necesitamos siempre un consejo, una guía o una dirección para tomar decisiones. Y también todos en esta vida tomamos decisiones que pueden convertirse en el punto de partida para una existencia con calma y quietud o también como el arranque de nuestra ruina.
Para evitar el fracaso en la vida y alcanzar el éxito uno debe atender los consejos que vienen inicialmente de nuestros padres, a falta de ellos de las personas que nos aprecian y en caso de que no haya ninguno de éstos, entonces tenemos la revelación divina que en su sección de Proverbios puede hacer mucho por nosotros.
El verso que hoy meditamos nos presenta a una persona que prescindió de consejos y no porque no tuviera acceso a ellos sino por dos actitudes indolentes: despreció la corrección y rechazó las reprensiones. Algunas versiones traducen este verso así simplemente así: “Nunca acepté ningún consejo.”
Estas palabras las dice cuando está completamente arruinado, sin posibilidad alguna de salir de su precariedad material, de alguna enfermedad que le vino por no oír recomendaciones, o la vejez solitaria por haber vivido de manera egoísta toda su vida, sin considerar a su familia y ahora que la necesita está ausente como él estuvo ausente de sus vidas.
Que terrible se torna la existencia humana cuando la vida nos pasa la factura de todo lo que hacemos y aparece los episodios cuando nuestros padres nos llamaban la atención y los desoíamos, cuando nuestros amigos y bien querientes nos decían que estábamos obrando mal y los considerábamos nuestros enemigos por decirnos la verdad.
Y por supuesto también aparecen o regresan a nuestra mente las ocasiones en las que los que se decían nuestros amigos celebraban nuestra disipada vida y en lugar de hacernos reflexionar departían alegremente con nosotros los desvaríos y locuras que cometíamos a falta de sentido común, sensatez y prudencia.
Pero ahora, con la vida facturándonos todas las acciones cometidas insensatamente no podemos hacer nada más que lamentarnos por no haber sabido o aprendido a escuchar un buen consejo.