La Biblia dice en Hechos 24:5

“Hemos encontrado que este hombre es una calamidad, y que por todo el mundo anda provocando divisiones entre los judíos, y que es cabecilla de la secta de los nazarenos.”

Esto era lo que los judíos pensaban de Pablo y su ministerio. Para ellos era un simple sectario que promovía divisiones entre los judíos y era una calamidad o una plaga que dañaba la fe del pueblo hebreo, aunque en realidad el conflicto no era del pueblo contra Saulo de Tarso sino de los fariseos, escribas, intérpretes de la ley y sacerdotes que vieron amenazados sus privilegios.

Fue un orador llamado Tértulo quien dijo estas palabras sobre el apóstol ante el gobernante romano Félix para justificar su solicitud de que Pablo les fuera devuelto a las autoridades judías para ser juzgado según sus leyes, petición que no prosperó por lo endeble de las acusaciones contra Pablo.

Pero, ¿era cierto lo que decían de Pablo? Claro que no, pero esa ha sido la tónica desde entonces para tratar de desvirtuar el mensaje de salvación que Pablo y miles en este mundo han presentado a los pecadores en diversos puntos del orbe para tratar de detener el avance de las buenas nuevas.

Sobre el apóstol pesaban tres falsas acusaciones: 1. Era una calamidad o plaga. 2. Por todo el mundo provocaba divisiones entre los judíos y 3. Era cabecilla de la secta de los nazarenos. Tres grandes difamaciones. Ni era una plaga, tampoco dividía a nadie. Ellos mismos estaban divididos en fariseos y saduceos y promovía, no una secta, sino una fe.

La difamación es el arma favorita del maligno para desacreditar a quienes dedican su vida a llevar el mensaje de Cristo. La calumnia también es utilizada para lanzar dardos envenenados contra quienes salen a compartir las buenas nuevas de salvación, aunque carezcan de sustento.

Cristo lo anticipó en sus bienaventuranzas cuando dijo: Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. La calumnia y la difamación buscan desalentarnos, pero en realidad son señales inequivocas de que seguimos el camino de Cristo, quien también padeció infundios.

Debemos confiar que la verdad triunfará siempre. Que la mentira es efímera y tiene un corto tiempo de duración porque siempre termina por caerse y dejar en claro a los mentirosos e impostores que sus mentiras los terminan hundiendo siempre.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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