La Biblia dice en Lamentaciones 3:37
¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?
Los judíos del tiempo del profeta Jeremías no podían dar crédito a lo que sus ojos veían. La ciudad de Jerusalén, la santa ciudad de Dios, la provincia más bella de la tierra, la morada del Altísimo y su amada residencia estaba completamente destruida con el templo arrasado, saqueado e incendiado.
El profeta Jeremías nos dejó un registró que nos permite fácilmente imaginarnos las expresiones de los hebreos: ¡No puede ser!, ¡cómo es posible!, ¡pero, por qué nos ha pasado esto! fueron muy probablemente las palabras que manifestaron ante semejante cuadro lleno de desolación, destrucción y muerte.
En tiempos de crisis nacionales la gente se hace esa clase de preguntas. Cuando el mal o las desgracias son para todos, las personas se hacen esa clase de interrogantes y muchas veces no encuentran respuesta, pero cuando nos acercamos a la palabra de Dios siempre tendremos la claves para entender lo que sucede.
En el libro de las Lamentaciones encontramos respuesta a todas las interrogantes que se pudieron formular en esos días. Esos días, como en todos los de calamidad y desgracia colectiva, se hacían demasiados cuestionamientos por los inverosímiles sucesos que habían ocurrido.
Pero el profeta les dice que todo lo ocurrido fue porque Dios no lo permitió, sino que lo ordenó. Quizás aquí encontramos una gran diferencia en el actuar de Dios, hay que cosas que él permite y hay otras que él mismo ordena. La destrucción de Jerusalén, con todo lo contradictorio que pueda sonar, fue un mandato de Dios para castigar a su pueblo.
Las ordenes de Dios, como suele decirse en el ejército y en otros ámbitos, no se discuten, simplemente se cumplen y la maldad de los judíos fue castigada por una orden divina. Se rebelaron contra Dios, se depravaron y entonces tuvieron que ser castigados por su maldad y sobre todo por olvidarse de Dios que los había puesto en la tierra donde moraban.
La respuesta a la pregunta que hace Jeremías en el texto que hoy meditamos tiene una sola respuesta: nadie podía decir que lo sucedido en Jerusalén había tomado desprevenido a Dios, más bien debía considerar que fue una determinación divina. Estamos ante una verdad desafiante. Las determinaciones del Señor se cumplen siempre, aunque parezcan descabelladas.
En el caso de Jerusalén cuando determinó su destrucción eso sucedió, pero también cuando determinó su reconstrucción se hizo a pesar de opositores y enemigos que pensaron que siempre estaría desolada la santa ciudad de Sion.