La Biblia dice en Juan 16:23

“En aquel día no preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.”

Introducción

Dios siempre ha contestado las oraciones de los justos. Algunos de las respuestas tardaron mucho, pero al final su voz siempre fue escuchada por el Señor y desplegó su bondad para atender sus plegarias. Eso es indudable y comprobable a través de todo el Antiguo Testamento que se alza como testimonio de la compasión divina.

Cristo abrió un nuevo camino para relacionarnos con el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, por medio de su intercesión y le garantizó a sus discípulos que todo lo que pidieran lo recibirían, siempre y cuando lo hicieran invocando su nombre. Los judíos tuvieron como intermediarios primero a los sacerdotes, luego a los sacrificios.

Cristo abrió una puerta más personal. Su mediación con el Padre ahora resulta fundamental no solo para relacionarnos con el Creador del universo, sino también para que nuestras necesidades sean escuchadas en todo momento y conforme a su voluntad tener la respuesta.

Llegamos así a uno de los temas más importantes para la vida espiritual. La respuesta o contestación de Dios a nuestras peticiones. Para comprenderlo debemos partir de algunas verdades básicas para poder asimilar estas palabras que Jesús expresó donde nos aseguró que tendríamos respuesta a nuestras oraciones.

La primera es que Dios siempre nos oye. Dios jamás se desentiende de nuestras necesidades y atiende la voz de nuestra súplica. Esa es, tal vez, la más grande de las virtudes de conectarnos con Dios a través de la oración. La bendición de desahogar nuestras penas ante su presencia.

La segunda verdad es que antes de que abramos nuestros labios, él ya sabe lo que hay en nuestro corazón y conoce de antemano lo que le vamos a pedir. Conoce perfectamente no solo nuestra vida, sino nuestro corazón y sabe lo que está pasando en nuestro interior cuando lo invocamos.

Y en tercer lugar, él ha hecho un compromiso para escucharnos y sus compromisos son firmes.

Luego entonces el siempre responde. Nunca deja de contestar. Pienso que las oraciones tienen tres clases de respuestas: 1. Un no definitivo. 2. Un sí definitivo y 3. Un ahora no, pero después sí. Cuando logramos saber en que estado se encuentra nuestra petición podemos vivir en paz y sin frustraciones.

Quizá el ejemplo más claro de esto que acabo de decirles es el apóstol Pablo cuando le pidió a Dios que lo sanará de un malestar físico, según nos relata la 2ª a los Corintios 12: 7-9 que dice así:

Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;8 respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. 9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

Tal vez el problema de muchos de nosotros es que pensamos que Dios nos escucha solo cuando nos da una respuesta afirmativa y las respuestas negativas no cuentan porque nosotros a la fuerza queremos obtener un sí y eso no puede ser porque no todo lo que pedimos se ajusta a su voluntad.

Las irrefutables certezas de Cristo

La certeza de su respuesta

A. Para no vivir con dudas
B. Para recibir lo que necesitamos

Cristo le aseguró a sus discípulos que tenían con su intervención la oportunidad de tener una respuesta por parte de Dios y eso los debía de llenar de gozo para buscar a Dios a través de la oración. Ellos y nosotros también, por supuesto, debemos estar convencidos de que Dios nos escucha.

Es fundamental tener presente en nuestro corazón esta verdad porque solo de esa manera acercarnos a Dios se convierte en una experiencia motivadora porque nos estamos presentando ante quien puede ayudarnos en cada una de las necesidades que padecemos en este mundo.

Se trata, entonces, de una verdad fundamental para el creyente que batalla con su fe al pensar que Dios está lejano o que de plano no lo escucha y no tiene sentido rogarle.

A. Para no vivir con dudas

La primera parte del verso que hoy meditamos dice de la siguiente forma: “En aquel día no preguntaréis nada.”

Uno deja de preguntar cuándo ya no tiene dudas y cuándo ya no se tienen dudas es que se ha aprendido bien o se ha entendido perfectamente alguno tema o tópico complejo para comprenderse. En el caso de la vida espiritual, Jesús les dejó en claro que llegaría un momento en el que los apóstoles ya no preguntarían nada.

Los creyentes tenemos muchas dudas. Cuando no sabemos controlarlas nos ocurre lo que Santiago dice en su carta: somos como la olas del mar llevadas por dónde el viento quiere, de un lado para otro y eso sucede muy a menudo cuando no estamos seguros si Dios ha escuchado nuestras suplicas.

La oración o las peticiones que hacemos a Dios siempre tienen una respuesta. Tal vez, entonces, lo que necesitamos es que aprender a descubrir la clase de respuesta que Dios ya nos ha dado. Cuando lo que le pedimos nos lo concede, evidentemente estamos ante un sí de parte de él.

Allí no hay ningún problema, pero las dificultades surgen cuando una petición tarda en ser contestada. Tal vez estamos ante un “sí, pero no ahora” o estamos ante un “no” que no logramos comprender o que simplemente no queremos aceptar. Eso es una realidad, pero Dios siempre nos da una respuesta.

Cristo le dijo eso a sus seguidores para que no cayeran en la equivocada idea de pensar o concebir al Señor como un ser distante o cómo un ser que se desentiende de las necesidades que tienen sus hijos. De ninguna manera. Todo lo que le pedimos a Dios tiene una respuesta.

B. Para recibir lo que necesitamos

La segunda parte de nuestro texto que hoy meditamos dice de la siguiente manera: “que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará.”

Pedir a Dios es una de las grandes bendiciones que tenemos al conocer a la persona de Jesucristo. Su muerte y resurrección nos ha devuelto la capacidad de reencontramos con el Creador y esa es una gran bendición. Pero todavía es más maravillosa su promesa porque nos garantiza que responderá a nuestras súplicas.

Ese es el planteamiento que está haciendo el Señor. Esa es la certeza que esta compartiendo con nosotros, seres profundamente necesitados de alguien que no solo nos escuche, sino que también nos de respuesta a los planteamientos que le hacemos porque muchos de ellos son muy importantes para nosotros.

Jesús quiso y quiere dejar muy en claro que nuestra relación con él no es ni una relación mecánica, ni tampoco una relación donde no hay respuestas, al contrario nos está ofreciendo atender cada una de nuestras solicitudes.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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