La Biblia dice en 2º Samuel 24:14

“Y David contestó a Gad: estoy en un grave aprieto. Ahora bien, es preferible que caigamos en manos del Señor, pues su bondad es muy grande, y no en manos de los hombres.”

David fue sancionado por hacer un censo con el pueblo de Israel. Fue un acto que disgustó a Dios porque no era necesario saber con cuántos soldados contaban los hebreos porque al final de cuentas las batallas en realidad no las peleaban ellos, sino el Señor, al contar a sus soldados David incurría en algo que para el Señor resulta detestable: la auto confianza.

Fue tan grave la falta que Dios le dio a escoger tres sanciones: la primera siete años de hambre en todo el país. La segunda que él huyera tres meses de la persecución de sus enemigos y tercera tres días de peste en el país. David escogió esta última con un argumento de suyo interesante.

David optó por tres día de peste en Israel bajo el argumento de que es preferible caer en manos del Señor y no en manos de los hombres. Eso nos lleva a considerar que aún en la disciplina siempre será mejor ser corregidos por Dios a que se nos deje a merced de los hombres.

Las manos del Señor son cariñosas y nos acarician cuando más lo necesitamos en nuestra vida, pero también debemos reconocer que son duras e implacables a la hora de sancionar nuestras conductas equivocadas como sucedió a David, sin embargo en cualquiera de los casos siempre serán preferibles que las manos de los hombres.

David sabía de lo que hablaba porque por muchos años había estado en las manos de Saúl, quien no conforme con destruir su vida matrimonial quitándole a su esposa Mical y casándola con Paltiel, se dedicó a perseguirlo por años sin tener responsabilidad alguna o sin tener una causa justificada.

Por eso el rey de Israel reconocía que aun cuando la mano del Señor se volviera en contra suya era mil veces preferible que tener que pagar con un hombre sus faltas porque en Dios se puede esperar en su infinita bondad, pero la ira del hombre no obra para nada la justicia de Dios y es cien por ciento destructiva.

David había entendido que el amor que Dios nos prodiga aun cuando somos azotados tiene la esperanza de cesar o cambiar para bien nuestro. Nos recuerda de esa forma que aún en medio de su justicia Dios no nos deja de amar. Cuando su ira se desata, siempre habrá la esperanza de un cambio, como ocurrió en esta historia que nos relata Samuel.

La mano del Señor es dura, pero amorosa. Es recta y justa, pero bondadosa. Castiga, pero también acaricia. Hiere, pero también sana. En cualquier forma siempre será mejor su mano, que la intervención humana para castigarnos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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