La Biblia dice en Lucas 8:1-2
Y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios.
Lucas recoge la reivindicación que Cristo hizo de la mujer judía de su tiempo. Su ministerio terrenal fue acompañado por los doce, pero también por mujeres entre las que destaca sobresalientemente María Magdalena, una acaudalada hebrea que liberada de una fuerte posesión demoniaca le sirvió con su bienes.
Una mala exégesis bíblica de la iglesia católica la ubicó como una prostituta al ligar los últimos versos del capítulo siete con los primeros versículos del ocho. Hace unos años, el catolicismo romano ha reconocido esta equivocación y le ha retirado ese epíteto que hizo que novelistas y cineastas la presentarán como una ramera.
Lo cierto es que lo que el texto de Lucas enseña sobre ella en este pasaje es que fue una mujer oprimida por el diablo de una manera muy severa. Estaba poseída por siete demonios que hacían de su vida un verdadero infierno en la tierra. La segunda característica que resalta el evangelista es que acompañaba el ministerio de Cristo junto con otras mujeres.
La tercera verdad sobre ella es que servía a Jesús con todo su corazón. Según leemos en el pasaje que estaos meditando hoy, ella era un mujer que se movía en un círculo social alto a donde el evangelio de Cristo también llegó como podemos ver en el caso de la esposa de Pilato, quien le rogó a su esposo que “no tuviera nada que ver con ese justo”.
Desde esa posición María Magdalena decidió servir a Cristo. No le importó lo que pensaran de ella. Tampoco le preocupó que en esos estratos Jesús no era bien visto porque sus enseñanzas ponían en entredicho todos los poderes establecidos, particularmente el religioso, pero también el imperial de los romanos.
Pesaba más en el corazón de esta mujer lo que el Señor había hecho con ella. La libertad de la que disponía luego de mucho tiempo oprimida, la utilizó para convertirse en una fiel servidora de Cristo a quien siguió incondicionalmente desde que fue libertada hasta que Cristo ascendió al cielo.
Estuvo con otros seguidores de Jesús en los momentos más difíciles: la crucifixión y sepultura, pero también estuvo con Cristo en la resurrección como ninguno de los otros apóstoles. La liberación de su vida la utilizó para rendirse incondicionalmente a su libertador en una clara expresión de gratitud.
La libertad en Cristo solo tiene utilidad cuando servimos a Dios con todo nuestro corazón e incondicionalmente.