La Biblia dice en Mateo 2:1

“Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas.”

Los sabios del oriente que llegaron a Jerusalén a buscar al recién nacido Jesús eran “unos”, es decir un número indeterminado. No se sabe a ciencia cierta si era dos, tres, cuatro o cinco o tal vez más. La tradición los numeró en tres. Y no fue casualidad utilizar ese número para hablar de ellos.

Al numerarlos así y sobre todo al presentarlos montados en un caballo, un elefante y un camello se representaban los tres continentes conocidos entonces: África, Asia y Europa. Muy probablemente si ya hubieran sido descubiertos América y Oceanía, su número hubiera sido de cinco.

Estos hombres que equivocadamente se les ha llamado magos, eran en realidad astrónomos dedicados a estudiar los cuerpos celestiales que hay en el firmamento descubrieron una inusual estrella, que les anunciaba el nacimiento del rey judío y se aprestaron a viajar desde sus lejanos países a Jerusalén.

El relato de Mateo nos lleva a grandes interrogantes. Una de ellas es, ¿cómo fue que asociaron ese astro que apareció con el nacimiento del rey judío? La respuesta la podemos encontrar en la presencia hebrea en Mesopotamia por setenta años durante el exilio babilónico. Ellos conocieron por los judíos que el Mesías nacería para liberar a su pueblo.

La estancia en Babilonia por siete décadas, en las que los judíos externaban su certeza en la llegada de un soberano que los liberaría de todos sus males quedó arraigada entre los sabios de oriente, quienes luego de casi quinientos años descubrieron una noche que una estrella que nunca había sido avistada, se presentó.

Estos hombres no tuvieron ninguna duda de que ese astro aparecido en el cielo anunciaba inequivocamente el arribo a este mundo del rey que tanto esperaban los hebreos y su seguridad los llevó a Jerusalén. La certeza de sus observaciones los hizo salir de sus pueblos para dirigirse a un lugar donde nadie se percató de ese portentoso milagro.

La historia de los sabios de oriente tiene múltiples enseñanzas para nosotros. Ellos eran gentiles, ni siquiera eran israelitas, pero tuvieron ante sí una de las primeras grandes señales de Cristo y la creyeron y al creerla se movieron mostrándonos que la fe es acción, que la certeza nos debe llevar a hacer algo.

Nuestra fe, como dice Santiago, sin obras está muerta. Ellos nos demuestran justamente eso: creo, entonces, hablo, hago. En sentido contrario, sino creo lo único que puedo hacer es callar o quedarme cruzado de brazos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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