La Biblia dice en Génesis 37:19

“Y dijeron el uno al otro: He aquí viene el soñador.”

Los once hermanos de José lo aborrecían a tal grado que les resultaba insoportable su sola presencia. La razón de ello se originó en la devoción paternal que Jacob le prodigó al penúltimo de sus hijos que tuvo con Raquel, su amada esposa que era estéril y que tuvo al final de su vida a José y Benjamín. Le confeccionó una túnica de colores, una prenda única.

Pero el resentimiento de sus hermanos también tenía su origen en los dos sueños que había tenido y les había contado. Primero soñó que once espigas de trigo se inclinaban ante su espiga. Ellos interpretaron que se inclinarían ante él, en otras palabras que serían subordinados suyos. Algo inaceptable para los once.

Luego tuvo un segundo sueño donde la luna, el sol y once estrellas se inclinaban también ante él. Su padre se alarmó ante tal revelación porque también entendió que toda la familia sería subordinada de José. No lo entendió bien porque en las condiciones en que vivían nada parecía apuntar a ese escenario.

En tono de burla los hermanos le pusieron el mote de “soñador”. Ellos estaban convencidos que eran simplemente sueños y que nunca se materializarían porque esencialmente ellos no estarían dispuestos a verse obedeciendo a su odiado hermano, pero la historia nos muestra que se equivocaron rotundamente.

Ellos se sentían demasiado “realistas” para creer lo que José había soñado. Para ellos eran los sueños de un adolescente consentido por su padre que en esa condición se veía dominando a todos como su padre que era el patriarca de la casa y por eso le restaron importancia.

Pero los sueños de José no habían nacido de su corazón, habían surgido del cielo mismo y se concretarían años después porque Dios se encargaría de ellos y movería todos los obstáculos para que se cristalizaran en una demostración de que lo que nace de Dios es invencible e inexorablemente ocurre.

Y así son los sueños que nacen en Dios. Tarde o temprano se cumplen, ni el odio de tus hermanos, ni una mujer despechada, ni la cárcel, ni el olvido e ingratitud de quienes has ayudado hacen que no se cumplan porque han surgido del Dios Todopoderoso que nada ni nadie puede enfrentar.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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