La Biblia dice en Santiago 3:1
“Hermanos míos, no haya entre ustedes tantos maestros, pues ya saben que quienes enseñamos seremos juzgados con más severidad.”
Santiago es uno de los libros más pedagógicos de la Escritura. Aun cuando es una epístola y cuida ese estilo, el medio hermano de nuestro Señor Jesucristo emplea con destreza ejemplos para que sus lectores aprendan bien los temas que desarrolla: fe, sabiduría, discriminación, oración y otros temas relevantes para la vida cristiana.
El escritor de esta carta que lleva el nombre de su autor sigue de esa manera la tradición estilística de la escuela hebrea que a diferencia de los pedagogos griegos que usaron la mayéutica como sistema para el aprendizaje de sus alumnos, ellos optan por las parábolas o ejemplos para asimilar una enseñanza.
Ningún pueblo como el hebreo con tantos y tantos formidables maestros como Rambán, Maimónides, Rabí Akiva y Rashí, que trascendieron más allá de sus yeshivás o sinagogas, y que dedicaron su vida a la más sublime tarea pedagógica que puede haber en este mundo: enseñar las verdades de la Escritura a quienes quieren aprenderlas porque las desconocen.
A diferencia de las fábulas de Esopo que son también instrumentos de enseñanza, Santiago opta por el ejemplo directo para enseñar, educar, entrenar y formar a su audiencia y eso hace de su trabajo y labor algo digno de imitar para quienes tiene la sagrada labor de enseñar las verdades espirituales.
Bajo ese contexto podemos entender la advertencia que Santiago lanza a sus lectores cuando dice que no haya entre ustedes tantos maestros. No es que Santiago no quiera competencia o que se levanten otros maestros, no. La razón de esta advertencia radica en que los maestros de la palabra de Dios serán juzgados como mayor severidad o rigor.
Enseñar la Biblia es una labor muy apasionante, llena de satisfacciones, pero indudablemente de una gran responsabilidad porque la mejor manera de enseñar es siempre con el ejemplo. No en balde alguien dijo en una ocasión: Tus hechos son tan fuertes que no me dejan oír lo que me dices.
El maestro cristiano tiene una responsabilidad alta, de gran trascendencia y debe asumirla con dedicación y empeño, preparándose no solo mentalmente, sino particular y precisamente espiritualmente con un corazón dispuesto a escuchar la voz de Dios en su vida, primero. Dejar que la Biblia traspase su corazón y luego llevar esa verdad a quienes enseña.