La Biblia dice en 1º de Reyes 20:35

“Sin embargo, un hombre que pertenecía al grupo de los profetas pidió a un compañero suyo, por orden del Señor: ¡Hiéreme, por favor! Pero el otro no quiso hacerlo.”

Los profetas de Israel fueron hombres llamados por Dios a una tarea relevante donde lo esencial era cumplir puntualmente con las instrucciones que el Señor les daba. Hay que advertirlo: muchas de las disposiciones que Dios les entregó rayaban en lo absurdo y a veces completamente ilógico.

Pedirle a Oseas, por ejemplo, que se casara con una ramera es una de ellas. O anunciarle a Ezequiel la muerte de su esposa y demandarle que no la llorara porque sería una parábola para el pueblo de Israel es también una de esas determinaciones inexplicables que Dios le dijo a sus siervos que cumplieran y lo hicieron sin protestar.

En tiempos del rey Acab ocurrió la historia que el primer libro de los Reyes registra cuando un profeta le pidió a un compañero suyo que lo hiriera. La petición descabellada la hizo porque Dios le ordenó que lo hiciera, pero a quien se lo pidió no le hizo caso y desobedeció la orden. Muy probablemente se le hizo inaceptable herir a un compañero de ministerio.

El resultado fue el siguiente: Entonces el profeta le dijo: Por no haber hecho caso a la orden del Señor, un león te atacará cuando te separes de mí. En efecto, en cuanto el otro se separó del profeta, un león le salió al encuentro y lo mató, según nos dice el mismo libro de Reyes.

La historia relatada en el primer libro de los Reyes nos muestra de una manera clara y objetiva que por más descabelladas que parezcan las instrucciones divinas debemos acatarlas. La duda y la incredulidad jamás nos ayudarán a observar las peticiones que Dios hace a nuestras vidas.

La sanción que recibió el desobediente profeta puede parecernos desproporcionada y hasta exagerada, pero no debemos perder de vista que Dios es el dueño de la vida, puede hacer con ella como mejor le plazca y luego los profetas debían ser lo más sensibles y dispuestos a servir, incluso, como ejemplo ellos mismos, como lo hizo Jeremías, quien vivió duras experiencias al ir a la cárcel, ser perseguido y hostigado por decir y hacer lo que Dios decía.

La lección para nosotros hombres y mujeres del siglo XXI es que si el Señor nos ha pedido que hagamos algo lo debemos hacer aunque resulte ilógico o sin sentido. De lo único que debemos estar seguros es que Dios sean quien lo solicita. Una vez comprobado vayamos por esos caminos donde lo sobrenatural se convierte en algo cotidiano.

Dios jamás dejará que seamos avergonzados cuando avanzamos por el camino que él nos ha trazado, aunque resulte fuera de toda proporción lo que tenemos que hacer.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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