La Biblia dice en Lucas 12:48
“A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho más.”
Cristo hizo muchas comparaciones para que sus discípulos lograran comprender los grandes beneficios que conlleva seguirlo, pero con la misma intensidad les ofreció parábolas para que tuvieran conocimiento de las enormes responsabilidades que habrían de asumir al seguirlo.
Una de ellas fue justamente la de un hombre rico que deja su hacienda a un mayordomo para que la cuide, la haga producir, trabajando con esmero, dedicación y mucho cuidado administrando no solo todos los bienes, sino que también dirigiendo con sumo cuidado a toda la demás servidumbre.
En los tiempos de Jesús esta clase de historias eran muy comunes. Hombre de grandes fortunas que tenían que salir de viaje a Roma o puntos más distantes de Israel, viajes que por cierto duraban mucho tiempo, tenían que buscar a alguien que se quedará al frente de sus negocios.
Quien hacía este trabajo con responsabilidad, era grandemente valorado y recibía de sus señores grandes beneficios porque en realidad era una especie de segundo dueño de la hacienda que cuidaba y de esa forma, además de gozar de un salario por su labor, tenía acceso a otros beneficios. La mayordomía era una muy redituable actividad.
Jesús usa esa historia para llamar la atención de sus seguidores en el ámbito espiritual. A los hijos de Dios se les ha dado uno de los más grandes privilegios: ingresar al reino de los cielos que tiene grandes y múltiples beneficios, pero que de igual manera es exigente y al igual que los mayordomos deben conducirse con fidelidad y responsabilidad.
Dios nos ha dado mucho. La salvación en Cristo es de un valor incalculable porque se alcanzó no con oro o plata o con mucho dinero, sino con la sangre preciosa del Señor que murió en la cruz y en consecuencia se espera mucho de todos aquellos que hemos sido grandemente beneficiados.
Somos deudores, hemos recibido mucho y se nos demandará también mucho, luego entonces, debemos conducirnos con mucha precaución, cuidando lo que se nos ha encargado porque el privilegio de ser llamados hijos de Dios tuvo un costo que no puede ni debe ser menospreciado.
Se trata de tener presente cada día que nosotros somos una especie de mayordomos con bienes materiales y espirituales que Dios nos ha dado para engrandecer su reino y un descuido en esta labor puede resultar desastroso.