1º Libro de Reyes 22: 14

Y Micaías respondió: Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré.

Micaías fue un profeta que vivió en una de las etapas más oscura de la historia de Israel, el reino del norte, gobernado por la infernal pareja de Acab y Jezabel. Esa mujer persiguió a los verdaderos profetas del Señor y colocó a los falsos emisarios de Baal en posiciones de privilegio. Cuando Elías degolló a cuatrocientos profetas de su dios falso, amenazó con matarlo.

En esos días se necesitaba valor para seguir a Dios, pero se necesitaba esta completamente convencido del llamado de Dios para convertirse en un profeta porque desde el palacio de los gobernantes hasta los ciudadanos comunes vivían alejados de Dios practicando una religión falsa, instituida primero por Jeroboam y luego por Acab y Jezabel.

Micaías profetizó en ese tiempo. Un tiempo cargado de depravación y lleno de mentiras donde pululaban falsos profetas y hablar en nombre de Dios resultaba un desafío porque nadie quería oír y nadie quería creer. Es más, la gente ni siquiera tenía la intención de cambiar su conducta.

La historia de este varón nos sirve para conocer la valentía de mantenerse firme en la palabra de Dios. Nos ayuda a conocer los retos que enfrentan las personas que tienen convicciones y que nos se doblegan ante nada ni ante nadie. Que por encima de las circunstancias y las personas, las convicciones cristianas son fundamentales y primordiales.

Nos ha tocado vivir en una época donde transigir o hacer a un lado lo que creemos por la presión social o la conveniencia económica crece a un ritmo acelerado y causa una profunda desolación encontrarnos con personas que en lugar de defender su fe y sus convicciones se deja llevar por la cómoda mayoría.

Micaías, de quien solo tenemos como dato que fue hijo de un hombre llamado Imla, nos enseña lo que sucede cuando alguien decide volverse un intransigente a la hora de defender la revelación divina. Nos muestra lo valeroso que se puede convertirse en una persona que mantiene intactas sus convicciones, pero también los riesgos que ello entraña.

Necesitamos aprender grandemente de esta clase de hombres que por más presión que tuvieron ante ellos, se mantuvieron firmes, no cambiaron ni modificaron lo que creían a pesar de que ello les podría llevar a enfrentar a poderosos intereses que los podían dañar o de plano quitarles la vida.

Nos queda claro o nos debe quedar claro que las convicciones son justamente para los tiempos de crisis. Para los tiempos en que se necesita definir con toda claridad lo que pensamos y no cuando no hay ninguna presión. Cuando no tenemos tensiones de ningún tipo podemos hasta presumir lo que pensamos o creemos.

El reto está en los tiempos en los que existe una fuerte presión de hombres poderosos o una multitud que quiere saber lo que pensamos ante algunos temas o asuntos.

Micaías: El inestimable valor de las convicciones

A. Ante los poderosos
B. Ante las multitudes
C. Ante uno mismo
D. Ante las adversidades

Algunos comentaristas sostienen que Micaías fue un discípulo de Elías. La razón de esta idea radica en que en el reinado de Acab el profeta “estelar” era Elías y de pronto antes de su muerte, Acab llama a este varón que por lo que leemos en el capítulo veintidós lo conocía perfectamente.

La historia que hoy nos sirve para reflexionar ocurre aproximadamente en el año 872 antes de Cristo, cuando Acab, rey de Israel y Josafat, monarca de Judá se reúnen en el reino del norte y acuerdan una alianza para recuperar una ciudad llamada Ramot de Galaad, que perteneció a Israel.

A. Ante los poderosos

El rey Josafat acuerda ir en batalla con Acab, pero antes de salir a la batalla le ruega que “consulte la palabra de Jehová”, una fórmula lingüística para señalar la necesidad de escuchar un profeta de Dios. Los judíos tenía como prescripción de la ley que antes de salir a la guerra debían acudir con Dios para saber si estaba bien o mal la decisión.

Para complacer a su aliado, Acab reúne a cuatrocientos profetas encabezados por un histriónico profeta llamado Sedequías, quien para ilustrar sus revelaciones se pone unos cuernos de hierro y junto con los otros videntes le asegura a Acab que vencerá y que no debe tener temor de nada.

El triunfalismo de estos varones levanta sospechas en Josafat, quien de nueva cuenta interroga a Acab si no tiene un profeta de verdad a quien puedan consultar la pertinencia de salir a una riesgosa aventura militar y fue entonces que llamaron a este profeta (Micaías) que tenían cerca de ellos.

Acab se quejó con Josafat de que ese profeta solo le profetizaba cosas malas, como si su conducta mereciera palabras elogiosas o de bendición, pero él se sentía despechado porque según él era despreciado.

Lo recibieron sentados cada uno en su silla, vestidos de sus ropas reales, en la plaza junto a la entrada de la puerta de Samaria.

Cuando Micaías llegó allí, le preguntó Acab si saldría o no a la guerra. El profeta burlonamente le dijo lo mismo que los cuatrocientos profetas le decían, pero no lo creyó y le exigió que le dijera la verdad y entonces a los dos les anunció el estrepitoso fracaso que vendría sobre ambos.

Las convicciones se expresan ante cualquier clase de persona. Micaías estaba ante dos reyes. Lo que nunca había ocurrido luego de la división del reino estaba frente a sus ojos y podía decir una palabra amable, pero no lo hizo. La presión era fuerte, pues eran los monarcas de las doce tribus, pero no cedió.

Nos enseña de esta manera que por más grandes que sean las personas con las que tratemos bajo ninguna circunstancia debemos relajar nuestras creencias. Las convicciones no se negocian ni porque sean potentados los que enfrentemos por lo que creemos.

B. Ante las multitudes

Nos dice el relato del encuentro entre Micaías, Acab y Josafat que se encontraron en la plaza y allí estaban reunidos los cuatrocientos profetas supuestamente del Señor y cuando explicó porque razón tantos decían que la batalla contra Ramot de Galaad sería pan comido enfrentó de manera directa a esos cuatrocientos hombres.

1º Libro de Reyes 22: 19-23 que dice de la siguiente manera:

19 Entonces él dijo: Oye, pues, palabra de Jehová: Yo vi a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda. 20 Y Jehová dijo: ¿Quién inducirá a Acab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía de una manera, y otro decía de otra. 21 Y salió un espíritu y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué manera?
22 El dijo: Yo saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas. Y él dijo: Le inducirás, y aun lo conseguirás; ve, pues, y hazlo así. 23 Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y Jehová ha decretado el mal acerca de ti.

De una manera muy ilustrativa y por ende muy clara, Micaías le dijo a esas cuatrocientas personas que eran unas mentirosas. Si cuando uno le dice a una persona que es una mentirosa corre el riesgo de ser atacada, imaginense frente a una multitud como aquella, pero eso era lo que Dios le había revelado a su siervo.

Una de las situaciones en las que más trabajo nos cuesta mantener lo que pensamos, creemos o tenemos como regla de fe y conducta es justamente cuando estamos ante muchos que no piensan igual que nosotros y aún cuando sus ideas son equivocadas las seguimos porque no queremos confrontrarnos con ellos.

El lugar más complicado para manifestar nuestras creencias son las multitudes. Cuando hay muchas personas nos gusta seguir la corriente y no queremos ser como el salmón que nada contra corriente.

C. Ante uno mismo

Antes de llegar con los reyes de Israel y Judá se dio este interesante intercambio de palabras entre le profeta Miacaías y el hombre que el rey Acab envió para traerlo a la corte a profetizar:

13 Y el mensajero que había ido a llamar a Micaías, le habló diciendo: He aquí que las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; sea ahora tu palabra conforme a la palabra de alguno de ellos, y anuncia también buen éxito. 14 Y Micaías respondió: Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré.

A Micaías le querían imponer lo que tenía que decir. El mensajero lo presionó bajo el clásico argumento de la mayoría. Como la mayoría está haciendo esto, tú también debes hacer eso. Por supuesto que el profeta no cayó en ese falso dilema a la hora de hacer manifiestas sus convicciones.

Y no lo logró porque sencillamente el profeta estaba convencido absolutamente de quién era y que era lo que tenía que decir. Para defender nuestras convicciones en cualquier terreno y ante cualquier persona definitivamente debemos estar convencidos en primerísimo lugar nosotros mismos.

El vidente de Dios estaba segurísimo de que solo iba hablar lo que Dios le indicara que iba a decir. No más no menos. Con lo que nos deja claro que una persona que sabe sus límites y fronteras y sobre todo sus alcances siempre sabrá hacer frente a quienes quieren obligarlo a hacer algo que no piensa ni cree.

D. Ante las adversidades

Ser personas de convicciones tiene su costo. Sedequías, el profeta histriónico que se puso unos cuernos de hierro para ejemplificar lo que según él iba a ocurrir en la batalla, se molestó tanto con Micaías cuando lo llamó mentiroso que lo golpeó invocando el nombre de Dios en una actitud altanera y ruin. Lo golpeó con alevosía.

Luego Acab, después de que oyó que moriría en la batalla, ordenó que lo encerraran en una cárcel y que lo tuviera a pan y agua como castigo a su falta de empatía con su rey y por andar profetizando “solo cosas malas”, pensando que regresaría a su tierra algo que no sucedió porque murió.

Una persona de convicciones va a enfrentar muchas adversidades, pero siempre Dios le ayudará a defender su fe. Nunca alguien que sus convicciones nacen de su fe dejará de tener el auxilio divino. Dios premia a quienes sin importar lo que tengan que enfrentar se esfuerza por no cambiar lo que creen o piensan ante poderosos, multitudes o por peligro.

Me llama poderosamente que haya sido Josafat quien llamó al profeta para saber si se tenía que salir a la guerra o no y finalmente salió. Lo hizo porque en realidad este hombre no tenía convicciones. Él quiso quedar bien con el rey Acab. Uno de los grandes males de la falta de convicciones es que la gente quiere agradar a todos.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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