La Biblia dice en Deuteronomio 34:7
“Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.”
La versión Dios Habla Hoy traduce este verso así: “Murió a los ciento veinte años de edad, habiendo conservado hasta su muerte buena vista y buena salud.” La versión la Biblia de América lo hace de la siguiente forma: “Moisés tenía ciento veinte años cuando murió. No se habían debilitado sus ojos, ni había disminuido su vigor.”
Las tres traducciones que hemos citado en este devocional nos muestran una verdad incontrovertible: Moisés ni murió por estar enfermo ni por su edad. Para que los hebreos no pensaran que su líder murió por anciano al decir que tenía ciento veinte años, el libro de Deuteronomio nos aclara su vista y su vigor estaban intactos a la hora de desaparecer.
Ante estas verdades, irremediablemente uno se tiene que preguntar, entonces, de qué murió y más aún por qué murió. La respuesta sencilla a estas dos interrogantes puede ser simplemente porque así Dios lo quiso. Pero los sucesos que rodearon su muerte nos llevan a reflexionar un poco más sobre la vida y la muerte de un varón fundamental en la historia.
Dios había decidido mucho antes que Moisés no entraría a la tierra prometida. Le dio que solo la vería con sus ojos, resaltó esta frase reiterativa porque Dios guardó sus ojos para que se cumpliera está promesa y le preservó la vida para desde el monte Nebo pudiera contemplar toda la tierra que Israel poseería y posee hoy en día.
Moisés le pidió varias veces a Dios que lo dejara entrar a la tierra prometida, pero la decisión estaba tomada y sus días contados. Moisés sabía que el plazo para su partida de este mundo era la llegada a la tierra prometida y luego de los “no” de Dios se conformó con la determinación de su Señor.
Finalmente había cumplido con su misión. Había sacado a Israel de Egipto, los había conducido por el desierto cuarenta años, pero fundamentalmente había sido el instrumento para que Dios revelara su palabra a su pueblo y a toda la humanidad, un hecho sin comparación alguna porque no se volvió a levantar un hombre que hablara con Dios así.
El legislador de Israel, el hombre más manso de la tierra, el gran líder de Israel dejó este mundo porque había cumplido con creces la encomienda de vida. Había acabado los propósitos por los cuales el Señor lo instaló en la corte de Faraón donde fue educado con todos los conocimientos que se volvieron útiles a la hora de hacer la voluntad de Dios.
El Creador decidió que Moisés había cumplido con su labor y lo recogió de este mundo como un entrenador saca de la cancha a un valioso jugador porque ha anotado varios goles y la victoria es más que segura. Moisés fue llevado al cielo porque le plació a Dios tenerlo a su lado. Su muerte fue una decisión divina inapelable que entristeció a muchos, pero que era impostergable.