La Biblia dice en Marcos 1:41
“Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio.”
La vida de los leprosos era doblemente dolorosa. En cuanto esa enfermedad aparecía en sus cuerpos comenzaba un martirio físico y emocional y un fenómeno de segregación de su comunidad porque tenían que ser apartados de su familia y amigos porque se consideraba contagiosa esa enfermedad y por la carga de maldición que tenía la misma.
Los leprosarios en Israel fueron legendarios en el tiempo de Jesús. Vivían allí mujeres y hombres que los unía una afectación cutánea que los convertía muertos en vida ya que tenía estrictamente prohibido ingresar a una villa o comunidad, y cuando lo hacían tenían que gritar que eran leprosos.
Cuando bien les iba la gente les arrojaba comida, pero cuando se encontraban con personas aterrorizadas por ese mal físico lo que recibían eran pedradas e insultos para que se alejaran de los contornos de su pueblo, lo que los hacía parias, indignos de ningún trato, seres completamente marginales.
Marcos nos dice que uno de esos enfermos se acercó a Jesús. Venció el miedo natural de ser rechazado y despreciado e, incluso, de ser denunciado por tal atrevimiento, pero Jesús no hizo ni una ni otra cosa cuando con toda naturalidad este hombre le dijo que si quería lo podía limpiar.
La fama del poder de Jesús había llegado a sus oídos y había creído con todo su corazón que había una sola persona que podía ayudarle en el gran drama que vivía y fue con él consciente de que podía ser devuelto al leprosario de donde había salido. Nos muestra este hombre que la fe se nutre de la necesidad y la valentía para luchar contra ella.
Jesús le respondió a este hombre solo tres palabras: “Quiero, sé limpio”. Y fue purificado de esa enfermedad al instante. La voluntad de Jesús y su deseo se unió al de ese leproso para lograr su sanidad en una fehaciente demostración de que la voluntad de Dios no tiene ninguna clase de impedimento.
¿Que es lo que mueve la voluntad de Dios? Nuestra actitud. ¿Qué actitud? En primer lugar reconocer su poder ilimitado sin ninguna clase de duda. Luego humildad. El leproso llegó rogándole e hincada la rodilla. En una expresión de su reconocimiento de que estaba ante más que un hombre o profeta.
Jesús lo limpió de la lepra por compasión. Su amor infinito es el que mueve su voluntad. No es algo que nosotros tengamos de valor, sino más bien cuando hemos perdido todo valor como este leproso abandonado y despreciado, es cuando la misericordia de Jesús se mueve a nuestro favor.