La Biblia dice en Números 25: 6

“Y he aquí un varón de los hijos de Israel vino y trajo una madianita a sus hermanos, a ojos de Moisés y de toda la congregación de los hijos de Israel, mientras lloraban ellos a la puerta del tabernáculo de reunión.”

Balaam no pudo maldecir a Israel como era la pretensión de Balac, rey de Moab, pero entonces buscaron una manera de hacer tropezar al pueblo de Dios e idearon seducirlos con sus mujeres y lamentablemente los varones israelitas cayeron en esta trampa que los condujo adorar a Baal-peor, una deidad extremadamente pervertida.

La idolatría a este dios cananeo se acompañaba de prácticas depravadas, fuera de toda moralidad resultado de una mente reprobada por lo que Dios se enojó con su pueblo y ordenó a Moisés tomar de inmediato acciones contra los promotores de esta rebelión en el desierto y fueron ejecutados los príncipes del pueblo.

Se necesitaba atajar a como diera lugar la nefanda conducta de aquellos hombres que a pesar de tener un cuidado especial de parte de Dios que no dejó que los maldijeran se encendieron en sus deseos y provocaron la ira del Señor. La única manera de lograr eso fue con su desaparición física. No había otra manera porque la afrenta contra Dios era grande.

En esos momentos cuando se trazaba la ruta para solucionar este gran mal aparece un hombre que pasea a su mujer de Madián. La misma ciudad de donde era originaria Séfora, la mujer de Moisés. Lo hace con toda la intención porque la lleva a la puerta del tabernáculo donde Moisés y otros hebreos lloraban por la conducta de sus compatriotas.

La intención de este hombre era clara: minar la autoridad moral y espiritual de Moisés e inculparlo de la misma iniquidad de los judíos que habían tomado para sí mujeres de las moabitas porque era una forma de decirle: tú también tienes una mujer extranjera y con qué razón ordenas matar a quienes tomaron para sí esa misma clase de féminas.

Pero también era una manera de justificar la conducta irracional de quienes no solo tomaron mujeres sino se entregaron con avidez a la idolatría, pero no cualquier clase de idolatría, sino a la que lleva al desenfreno moral, sin reparar que Dios acababa de pelear por ellos una gran batalla.

Este hombre, de quien no se nos da su nombre, representa a todos aquellos que a toda costa buscan justificar su conducta reprobable. Aquellos que tienen como estilo de vida la frase: “todos lo hacen, hasta tú, que me puedes reclamar”. Son la clase de personas que encuentran su forma de existencia justificándose por lo que otros hacen.

Son los que en medio de los grandes problemas causados por su propia conducta, se aferran a seguir viviendo como les place y recurren a los más absurdos argumentos con tal de no cambiar. Son aquellos que les gusta decir: “No me reclamen nada”.

Indígena zapoteco de la sierra norte de Oaxaca, México. Sirvo a Cristo en la ciudad de Oaxaca junto con mi familia. Estoy seguro que la única transformación posible es la que nace de los corazones que son tocados por Dios a través de su palabra.

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