La Biblia dice en Éxodo 17:7
“Y llamó a aquel lugar Meribá porque los israelitas le habían hecho reclamaciones, y también lo llamó Masá porque habían puesto a prueba a Dios, al decir: ¿Está o no está el Señor con nosotros?”
En medio del desierto, con el calor sofocante y el desgaste del tiempo caminado en ese inhóspito lugar hizo que la sed que sentían los israelitas desatara un airado reclamo contra Moisés que recibió toda clase de ofensas de los hebreos que le reclamaron su condición y pelearon con él por la falta de agua. En realidad no altercaban con Moisés, sino con Dios.
Finalmente el Señor le dijo a Moisés lo que tenía que hacer para que los miles de judíos pudieran probar agua y nadie, asbolutamente nadie, murió de sed. Al contrario todos bebieron y se revitalizaron, pero el lugar donde ocurrieron los hechos fue bautizado con los nombres de Meribá y Masá.
Las dos palabras significan prueba y pleito. Me gusta más la traducción de duda y enfrentamiento. Lo que sucedió en ese lugar fue que los hebreos dudaron del Señor. Lo pusieron a prueba como si no pudiera hacer lo que les había prometido y eso se toma como duda o incredulidad y eso los llevó a pelearse con el Señor.
A Dios no le gusta que lo probemos porque atentamos contra su grandeza al dudar de poder, al poner en tela de juicio su capacidad para obrar portentos, para ejecutar proezas, para mostrar su majestuosa fuerza como sacar agua de la roca o como reverdecer el desierto, detener el sol, enviar alimento del cielo y un sin fin de prodigios y señales.
Y no le gusta que dudemos de su omnipotencia porque cuando caemos en esa triste y lamentable condición generalmente terminamos peleando con él, enfrentándonos con su persona cuando nuestros leves problemas nos hacen desesperarnos pensando que nunca serán superados o que nos acabaran sepultando.
La duda, primer paso a la incredulidad, nos conduce irremediablemente a dejar de ver al Señor como lo que es un Dios portentoso que no tiene límites y que lo mismo puede salvar con brazo fuerte que dejar hacer y dejar pasar las circunstancias más complejas que haya en la vida.
Muchas personas que han dejado el camino del Señor lo hicieron porque dudaron y terminaron peleados con Dios, pensando equivocadamente que podrán derrotarlo. Es una temeraria ingenuidad pensar que algún día alguien puede ganarle al Señor. Eso jamás sucederá porque la criatura nunca podrá superar al Creador. Jamás.